lunes, 28 de diciembre de 2009

Mudanzas

Bueno, ya habréis comprobado que el blog tiene poca actividad últimamente. Sin embargo, literatura a la parrilla no está ni muerta ni dormida, sólo llevando a cabo un proceso de metamorfosis que todavía no se deja ver... Estoy cambiando la dirección del blog de manera que el nuevo tenga más funciones y utilidades. Vamos, un proceso de remodelación profunda, a ver si mis menguados conocimientos informáticos y la inestimable ayuda de algunos que sí los poseen me permiten llevarlo a cabo. ¡Se aceptan todo tipo de sugerencias!

martes, 22 de diciembre de 2009

Generador automático de novelas

Navegando por la red he llegado, a través de un post de Eva Paris en www.papelenblanco.com, a una cosa bastante divertida:

http://www.papelenblanco.com/creacion/generador-automatico-de-novelas-de-dan-brown

Concretamente, el enlace al sitio en cuestión es el siguiente:

http://probar.blogspot.com/?&&

Se trata de un blog que te genera una sinopsis personalizada con título incluido de una supuesta novela de Dan Brown. Lo peor (o lo mejor) de todo esto es que la mayoría de ellas podrían dar el pego perfectamente... Juzgad vosotros mismos. A mí me ha hecho mucha gracia.

jueves, 17 de diciembre de 2009

El destierro de los poetas

Según advertía Platón en La República, los poetas son elementos subversivos que dañan la estabilidad política de la sociedad. Su postura se resume en dos grandes tópicos. Por una parte, la falsedad de la imitación poética, por lo que la literatura no puede enseñar la verdad. Por otra, el poder subversivo de la misma, debido a la influencia que tiene sobre las almas.

“Y en cuanto a las pasiones sexuales y a la cólera y a cuantos apetitos hay en el alma, dolorosos o agradables, de los cuales podemos decir que acompañan a todas nuestras acciones, ¿no produce la imitación artística los mismos efectos? Pues alimenta y riega estas cosas, cuando deberían secarse, y las instituye en gobernantes de nosotros, cuando deberían obedecer para que nos volvamos mejores y más dichosos en lugar de peores y más desdichados”.

Según esto, aquellos que gustamos del arte de la palabra somos algo así como seres perversos que sólo hacemos daño a nuestro alrededor. Y a veces, en efecto, nosotros mismos así lo creemos. Por ello, Platón propone la censura y la expulsión de los poetas de la ciudad, porque las palabras siempre han sido más perseguidas que las armas. Sin embargo, no es necesario tal destierro. Los poetas ya se encargan de desterrarse a sí mismos, porque esa es su naturaleza. Parias sin patria, con el corazón en todas partes y en ninguna.

En demasiadas ocasiones son sus propias palabras las que dañan al poeta, se daña a sí mismo. Eso también forma parte de su identidad: sus ideas locas, su verlo todo desde el otro lado. El poeta siempre será un ser frágil, dispuesto a hacerse añicos al menor soplo de aire.

No es necesario el destierro. Ya se encarga siempre el poeta de ponerse un caparazón, algo que lo aísle y lo separe del mundo, y de trepar la vida en solitario. Pero treparla, al fin y al cabo.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Inspiración en la vida cotidiana

Siempre me ha gustado la frase, un poco manoseada quizá, de “si la montaña no va a Mahoma…”, no por las palabras que la componen o por su musicalidad, sino por su significado. Seguramente ya os habréis dado cuenta en todo este tiempo de que casi me obsesiona la relación entre lucha y logro, entre esfuerzo y meta, entre sudor y Literatura.

Lucha, esfuerzo, sudor.

Logro, meta, Literatura.

Me da fuerzas. Y la cita de Mahoma lo expresa bastante bien. Si algo no viene a ti, ve hacia ello. Si no logras algo, camina para conseguirlo… En fin, ya sabéis, en esa línea tan vitalista que marca mis palabras los días soleados. Vitalista, cursi y cargada de alegorías (esto último es culpa de cierta vocación didáctica).

El caso es que esa idea de “si algo no viene se debe ir hacia ello”, también se puede orientar en otro sentido bastante más importante para la vida de un aspirante a escritor. En nuestro caso, lo que esperamos que venga en primer término es la inspiración. Sin ese ente extraño, amado y temible, estamos perdidos, y la posibilidad de crear una obra se reduce a cero. Pero… ¿a qué esperamos? En nuestro entorno, nuestras propias vidas en toda su cotidianeidad inmensa, pueden ser el centro de un relato magistral. Seguro que encontramos buenas obras que se han centrado en cosas simples, como una silla, un cuadro o una pared, sólo por mostrar que lo que parece sencillo quizá no lo es tanto. Que lo cotidiano y habitual puede encerrar secretos oscuros y tensos, como el alma de ese hombre en apariencia normal que pasea cada día por nuestra calle.

Absolutamente todo lo que nos rodea encierra un algo más, y sobretodo encierra palabras. Un lenguaje silencioso que está ahí, esperando que alguien lo revele. Sólo hay que ir en su busca.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Personajeando

Ya lo hemos comentado en varias ocasiones: uno de los pilares fundamentales de una buena obra es un buen personaje. Os remito al post del miércoles 12 de agosto, “Personas, personajes y personajillos”, así como al libro “La construcción del personaje literario”, de Isabel Cañelles. Crear un personaje con volumen, sin planicies y lagunas en su comportamiento o en su personalidad, puede ser algo sumamente difícil, pero también puede aportar el carisma necesario para que nuestra obra diga mucho sin decir nada, sólo porque el protagonista nos resulta más de carne y hueso que de tinta y papel.

Así, os propongo que creemos un personaje entre todos, lo cual es un ejercicio que consume mucho menos tiempo que escribir propuestas, dado que todos vamos mal de tiempo. La idea sería que cada uno de nosotros dé las características que nos apetezcan, e intentemos tener un personaje veraz uniendo todas ellas. Pueden ser características físicas o de personalidad, costumbres, forma de vestir, deseos, historia personal… lo que queráis, y con la extensión que queráis. Simples adjetivos o párrafos inmensos. Cada cual que obre con total libertad.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Nuevo ejercicio: propuesta Violet

Me senté en uno de los bancos de mármol de la estación, entre una mujer sepultada en bolsas de El Corte Inglés y un anciano que emanaba un olor a tabaco tan penetrante que estuvo cerca de marearme. Estaba cansada, y me molestaba el estómago. Siempre me entraba acidez en épocas de nervios. El hecho de haber comido sólo una manzana y un par de galletas en todo el día no ayudaba gran cosa a sentirme mejor, pero había sido incapaz de ingerir nada más.
Menudo imbécil. ¿Por qué había tenido que venir otra vez a esperarme al trabajo? Claro, sabía que cuando hacía eso yo no tenía escapatoria, tenía que escucharle sí o sí. La excusa, esta vez, había sido invitarme a su fiesta de cumpleaños. Como si yo tuviese algún interés en ir. Rencorosa, me había llamado. No se trataba de rencor. Se trataba de decepción. Jamás podría perdonarle lo que había hecho, porque mi confianza en él se había hecho añicos. Eso era peor que el rencor. Y, además, irreversible.
El metro llegó. Me puse en pie y me dirigí al último vagón, como siempre.
Me separaban ocho estaciones hasta llegar a casa, dos de ellas subterráneas y las demás al descubierto. Casi todas las estaciones de los pueblos de las afueras de la ciudad eran descubiertas, y me encantaba que fuesen así. Las subterráneas siempre me habían parecido un poco deprimentes. Clavé la mirada en la ventana de enfrente, que me devolvía mi propio reflejo, un poco distorsionado. Observé mi rostro salpicado de esas pecas que todos decían que me daban un aire de niña pequeña, aún a mis casi veintiocho años. La luz del día me sobresaltó. No me había dado cuenta de que habíamos pasado las dos primeras estaciones. Observé con extrañeza que el cielo se mostraba gris y plomizo. No hacía ni media hora, el sol brillaba con todo el ardor de una tarde de julio.
Fue entonces cuando reparé en que no había nadie en mi vagón. Algo raro, pues el metro solía ir bastante lleno a esas horas. Me dispuse a echar un vistazo al resto de los vagones.

No había nadie.
Un escalofrío recorrió mi espalda. Me sentí helada, como si mi camiseta de algodón no bastase para abrigarme en una calurosa tarde veraniega. Para alimentar más mis nervios, advertí también que, de hecho, el metro no se había detenido desde que había entrado en él. Había viajado tan absorta en mis pensamientos durante el tramo subterráneo, que ni me había dado cuenta.
Miré a través de las ventanas, y comprobé que el paisaje no me resultaba familiar. Tan sólo observaba áridas llanuras que se perdían en el horizonte, extensiones grisáceas salpicadas por algún que otro árbol solitario.
Todo empezó a dar vueltas a mi alrededor. ¿Qué diablos ocurría?
Me dirigí rápidamente a la cabina del conductor, atravesando, tambaleante, todo el metro vacío. Golpeé la puerta con brusquedad.
-¡Por favor! ¿Qué ocurre? ¿A dónde vamos? ¿Por qué no hay nadie?
La puerta se abrió. Me encontré con un señor de rostro severo, ataviado con el uniforme de la compañía ferroviaria.
-¿Por qué no paramos en ninguna parte? ¿Dónde estamos?
El hombre, sin abrir la boca y sin prestarme la menor atención, se dio la vuelta y volvió a entrar en la cabina. Fui tras él, negándome a permanecer fuera, sola y sin respuestas. En cuanto entré, me horroricé. Dentro de la cabina, sentado ante los controles del vehículo, se encontraba un hombre con una cacerola en la cabeza, como una especie de casco absurdo. Advertí que, a su izquierda, había colgado un calendario, y casi me desmayé al comprobar que éste no era más que una sucesión de ceros. Año cero, días cero. Todo cero. Ninguno de los dos hombres dijo nada, ni movió un sólo músculo. Salí de la cabina, mareada, trastornada, y me dejé caer en uno de los múltiples asientos vacíos. Y entonces, sólo entonces, busqué con la mirada el panel indicativo del destino del metro: “Fuera de Servicio”.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Nuevo ejercicio: propuesta Ikima

Ya lo tenía todo preparado: los globos, las velas, los algodones de azúcar, los pasteles de chocolate y las tartas de manzana, aunque faltaban al menos dos horas para que llegaran los primeros invitados. Estaba emocionada. Iba a ser la primera fiesta que ofrecía desde que se mudó. Se sentó en una mecedora frente a la ventana y se limitó, pacientemente, a mirar al horizonte limpio y azul de aquel día de verano: no veía nada más que el cielo y la colina y los pájaros que volaban aquí y allá.

No llevaría sentada ni diez minutos cuando vio a alguien asomar al fondo del camino. Se levantó, nerviosa, y se sacudió la ropa. Después se miró al espejo y comprobó que todo estaba en orden. Atusó ligeramente su media melena, volvió a asomarse a la ventana abierta y apoyó los codos en el marco. ¡Por fin llegaba un invitado! ¡Tan pronto! ¿Quién sería? Quizás fuera Klaus que había decidido llegar antes de la hora prevista... ¡oh! ¡Si fuera Klaus! Volvió a mirarse al espejo de reojo y se pellizcó las mejillas, odiando una vez más sus pecas rebeldes.

Tardó todavía un rato en comprobar, decepcionada, que no se trataba del muchacho. Ni mucho menos. Un anciano encorvado se aproximaba lentamente por el camino blanco. Esperó a que el hombre llegara a la puerta principal y tocara el timbre.
—Buenos días, Diana –le dijo el hombre.—Buenos días –respondió, sorprendida. Él conocía su nombre, pero ella no había visto a ese hombre en su vida. Le observó detenidamente durante los segundos de silencio que siguieron al saludo. El hombre iba fumando un tabaco de olor nefasto. En la otra mano sostenía una especie de cacerola vacía, y atado al cuello, sobre el pecho, un calendario de veinte años atrás, con los días tachados con equis rojas. Su rostro era tan blanco como el mármol, y Diana tuvo la súbita sensación de que no era de este mundo. ¿Qué era aquel hombre? ¿Un ángel? ¿Un fantasma? Un escalofrío le congeló la garganta, y no supo qué decir.

—¿Qué desea? —logró articular, al fin.
—Vengo de parte de Klaus —sentenció.
—De… ¿de parte de Klaus? —preguntó Diana, entre emocionada y asustada.
—Me ha pedido que te diga que no le guardes rencor —dijo el anciano.
—¿Cómo? Pero… ¿Por qué? ¿Por qué habría de guardarle rencor? No le guardo rencor a Klaus, todo lo contrario, yo…El anciano sonrió ligeramente.
—Ya. Yo sólo puedo decirte esto, Diana. No tengo más mensajes ni, por supuesto, tengo respuestas.
Dicho esto, el hombre se dio media vuelta y comenzó a andar de nuevo por el camino, alejándose de la joven. Ésta observó que, a la espalda, también llevaba un calendario, aunque de veinte años más adelante, y con los números sin tachar. Un regusto amargo, una ligera acidez desagradable, le invadió la boca mientras le veía marcharse, y tuvo la certeza de que Klaus no iría esa tarde a su fiesta, y que estaba lejos, terriblemente lejos de allí.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Nuevo ejercicio

Sé que todo el mundo tiene poco tiempo para escribir cosas que no sean sus propios libros, pero os propongo un ejercicio de composición infantil-juvenil en el que aparezcan las siguientes palabras que no tienen, en principio, ningún tipo de relación entre ellas (si queréis proponer otras palabras o ampliar la lista, adelante):

- Manzana
- Pecas
- Algodón
- Calendario
- Rencor
- Fiesta
- Tabaco
- Cacerola
- Mármol
- Anciano
- Horizonte
- Acidez

A ver qué tal sale... que conste que las acabo de escribir según me han ido saliendo, y que yo tampoco tengo ningún texto escrito que cumpla estos requisitos.

¡Un saludo!

viernes, 13 de noviembre de 2009

La libertad como sentimiento literario

Más que una situación en sí misma, la libertad es un auténtico sentimiento. Como bien diría Eduard Codín, uno puede sentirse libre estando entre rejas y enjaulado a campo abierto. Lo que verdaderamente es libre o esclavo es, siempre, el corazón, y hay cosas que oprimen mucho más que cualquier elemento físico. Sentirse libre por dentro es, seguramente, lo más parecido a la felicidad que pueda experimentar un ser humano a lo largo de su vida. Y yo, hoy, es así como me siento. Profundamente libre, aunque, como decía un poema, no me pondré al filo de ningún precipicio gritando libertad ante la nada.

Por eso, porque es un sentimiento, probablemente la libertad ha sido, junto con el amor, uno de los temas más manidos y obsesivos de todos los autores a través de los tiempos. Recuerdo la libertad pura y adimensional que me transmitió el pequeño libro de Juan Salvador Gaviota, o la profunda y dolorosa (que también la hay) de El Quijote.

Como la conquista de tierras o de pueblos, alcanzarla requiere luchas encarnizadas, injustas casi siempre, pero que nada son en comparación con lo que se logra.

Así pues, este es mi sentimiento de hoy, el más grande e inmenso de todos los sentimientos, el más cercano a la felicidad, y por eso os lo quiero transmitir. Que nunca falte la libertad en vuestros escritos, porque pocas cosas pueden erizar la piel y hacer saltar las lágrimas como el sentirse verdaderamente libre. Libre de alma y sin cadenas en el corazón.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Castillos de cartón

¡Hola! Aquí estoy después de días de silencio (he estado bastante liada, sorry!).

El motivo de este post es que ayer estuve en el cine viendo Castillos de cartón, adaptación cinematográfica de la novela homónima de Almudena Grandes. Salí del cine mucho más contenta de lo que esperaba. Lo cierto es que la novela me encantó, y cuando una novela me encanta, siempre tengo miedo de que la adaptación al cine no esté a la altura, cosa que suele suceder demasiado a menudo. De todas formas, aunque me gustó mas de lo esperado, tengo mis quejas, porque hay un par de detalles (de detallazos, diría yo) que se han dejado fuera y que yo consideraba imprescindibles, y por otro lado tampoco estoy muy conforme con el casting, o, más concretamente, con el actor elegido para encarnar a Marcos, el que para mí (y creo que para cualquiera que haya leído la novela) supone el personaje más importante y complejo de la historia.

Esto me ha llevado a querer comentar dos cosas. En primer lugar, me gustaría saber qué opinión tenéis sobre las adaptaciones cinematográficas. ¿Cuáles os han gustado más? ¿Cuáles menos? ¿Creéis más conveniente adaptar la obra del modo más fiel posible, o consideráis que hay que observar ambos productos (el literario y el cinematográfico) desde prismas distintos, ya que la narración en cada caso no puede poseer el mismo ritmo? ¿Preferís una adaptación fiel que haga las delicias de quien ha leído el libro y deje frío a quien no, o consideráis mejor una adaptación "para todos los públicos"? Venga, ya tenéis tema para debatir! :)

Y por otro lado, quiero recomendaros, a todos los que no hayáis leído Castillos de cartón, que lo hagáis. Es la única novela que he leído de Almudena Grandes por el momento, y, por lo tanto, no puedo saber si es cierto eso que afirman muchas críticas: que es una de sus novelas más mediocres. A mí me encantó; es más, me traumatizó! La leí hace relativamente poco, no llega a un año, y estuve semanas enteras pensando en ella, dándole vueltas y recordando pasajes obsesivamente. El motivo por el que creo que me marcó tanto, y por el que os la recomiendo encarecidamente, es por cómo habla del arte. En el caso de la novela, los tres personajes protagonistas son estudiantes de Bellas Artes; pero no importa, el arte es arte y tanto da si habla de pintura como de literatura o de cualquier otra manifestación del arte. Habla mucho de la lucha por llegar a ser alguien, por llegar a triunfar con tus obras, de la ambición. De si la ambición, por sí sola, podrá llevarte al éxito, aunque no poseas el talento necesario. De si el talento, por sí solo, te hará triunfar, aunque carezcas de la ambición necesaria. De si la técnica lo es todo, o por el contrario no es nada si careces de sentimiento. Y de cómo, en última instancia, el éxito tampoco lo es todo, pues puedes alcanzarlo y no llegar jamás a ser feliz. No sé, al margen del triángulo amoroso que constituye el argumento principal de la novela, a mí me gustó muchísimo todas las reflexiones relativas al arte. Así que, si no la habéis leído, ahí queda mi recomendación.

¡Hasta luego!

domingo, 1 de noviembre de 2009

Enlaces

Bueno, dada la inactividad del blog últimamente, me vais a permitir que escriba un post sin un motivo concreto, sino únicamente para decir: "¡Estamos aquí!", y poco más.

Como apunte interesante, dejaros algo que leí el otro día en el siguiente blog:

http://yoriento.com/

Es un blog de orientación profesional del psicólogo Alfonso Alcántara (es interesante si os gustan esos temas, aunque a nivel literario sólo tiene interés su anécdota del principio).

Lo que me llamó la atención es lo siguiente:

Un pianista famoso daba un recital en una fiesta. La anfitriona le dijo: Haría lo que fuera por tocar como usted. El pianista la miro pensativo y replicó: no, no haría lo que fuera. La anfitriona avergonzada frente a sus invitados dijo: sí, haría cualquier cosa. El pianista negó con la cabeza: le fascinaría tocar como yo en este momento pero no estaría dispuesta a practicar ocho horas diarias al día durante los próximos 20 años para alcanzar este dominio.

Pues eso... lo que no me canso de repetir siempre. Esfuerzo, esfuerzo y más esfuerzo. Es la única forma de tocar el piano como un virtuoso, porque aunque se sea un virtuoso potencial nunca se llegará sin la práctica suficiente.

A parte de este enlace, os dejo otra página que he descubierto y me ha gustado. Tal vez ya la conocíais, pero bueno, por si caso:

http://www.letrasyescenas.com/

¡Que paséis un buen domingo!

lunes, 26 de octubre de 2009

Seudónimos

Publicar bajo seudónimo: ¿ser quien no se es o ser quien se es realmente?

Cuando buscamos la palabra seudónimo en el DRAE, en la primera acepción, aparece lo siguiente:

1. adj. Dicho de un autor: Que oculta con un nombre falso el suyo verdadero.

Ignoro qué motivos le llevaron a ello, pero, cuando Julio Cortázar publicó su primer libro, un poemario llamado Presencias (allá por 1940, si no voy equivocada) lo hizo bajo el seudónimo de Julio Denis. Quizá fue un capricho, quizá su faceta literaria era poco conocida en su entorno, o tal vez pensó que ese seudónimo le definía mejor o resultaba más atrayente. El caso es que no volvió a utilizarlo, y a partir de entonces, todos sus escritos aparecieron a cara descubierta.

Hoy en día, cuando las estrategias de marketing hacen que la mediatización del autor aumente las ventas, la posibilidad de firmar con seudónimo una obra parece reducida al ámbito de los concursos, en los que se quiere transmitir una imagen de transparencia (paradoja en marcha) y de legalidad. Pero pensado fríamente no es más que una forma de identificación como pueda ser llamarse Carmelo Mellado o Eduard Codín y, como todo, la posibilidad de una trampa siempre estará ahí mientras haya voluntad de ello. Así pues, con seudónimo o sin él, la honestidad siempre procederá del que desee ser honesto, y no del que lo haya de ser por imposición.

A mí, personalmente, la idea de publicar un libro con mi propio Julio Denis me atrae bastante, como un juego de identidades en el que la YO que todos conocen es una, y la YO que publica libros (si se diera el caso), otra distinta, aunque a la vez la misma, pero siempre de incógnito. Seguramente, la de mi seudónimo sería más yo que yo misma, con nombre y apellidos.

De esta forma, la cola de este escrito se deja morder por la boca.

Publicar bajo seudónimo: ¿ser quien no se es o ser quien se es realmente?

miércoles, 21 de octubre de 2009

Angustia adolescente

Escribo este post siguiendo un poco la línea del último de Ikima, sobre la esencia y la forma (este tema se hará eterno!).

Voy a aprovechar para comentaros una noticia que me apenó bastante hace poco: la muerte de John Hughes el pasado mes de agosto. No sé si le conocéis o si os importa lo más mínimo, pero fue el guionista de La chica de rosa y director de Dieciséis velas, Todo en un día y la mítica El club de los cinco (también de Sólo en casa y muchas más, pero eso ya lo considero otra etapa :P).

Yo siento auténtica pasión por todo lo relacionado con los años ochenta, y en particular me encanta el cine de la época, y si es juvenil más aún. Y, más concretamente, adoro las películas de John Hughes centradas en la adolescencia, sobretodo el trío protagonizado por mi eternamente adorada Molly Ringwald (Dieciséis velas, El club de los cinco y La chica de rosa). Creo que a John Hughes le debo gran parte de mi fascinación hacia esa etapa de la vida y el modo en que disfruto escribiendo historias juveniles.

Hace poco di con una entrevista que Molly Ringwald le hizo a John Hughes en su época esplendorosa (cuando ella tenía 18 ó 19 años). Me encantó porque se nota el buen rollo entre ambos, y sobretodo por cómo habla él de la adolescencia. Os pongo el link por si queréis echarle un vistazo:

http://frikituputamadre.wordpress.com/2009/08/11/a-hughes-conversaciones-con-ringwald-hughes/

Me hace gracia cuando menciona que muchos adultos le preguntan cómo lo hace para escribir tan buenos diálogos entre adolescentes, porque es como si se hubiesen olvidado de que la adolescencia es una etapa por la que todos hemos pasado. Si queremos crear una obra (libro, peli o lo que sea) dirigida a adolescentes, tan sólo basta con echar la vista atrás. Me parece muy triste que alguien de treinta y tantos años no sea capaz de ponerse en la piel de un adolescente, por mucho que haya llovido desde entonces.

Pero todo este tema, en realidad, me devuelve al asunto de la esencia y la forma. Cuando dije que mis dos novelas reescritas habían perdido fuerza en su segunda versión, me refería sobretodo al hecho de que, cuando las escribí por primera vez, yo era más niña, y hablaba de personajes que tenían mi misma edad. Por lo tanto, no era como lo que hago ahora (que es echar la vista atrás), sino que escribía directamente desde mi punto de vista del momento. A eso me refería con que hay ciertas características de un escrito que son irrecuperables. Yo puedo escribir para gente de 15 años porque sé cómo era yo entonces y puedo ponerme en su lugar. Pero el texto nunca será igual si echo la vista atrás y observo en perspectiva, que si efectivamente tengo 15 años y escribo según mi vida actual.

¿Quiere eso decir que lo ideal sería que las obras dirigidas a adolescentes estuviesen todas escritas por adolescentes? Pues no, claro, porque precisamente la visión en perspectiva es interesante, nos da amplitud de miras y nos ayuda a ver ciertas situaciones con más objetividad. Sin embargo, escribir una novela con 15 años nos limita a dicha situación, que siempre estará, queramos o no, demasiado condicionada por nuestra falta de experiencias y la ebullición hormonal típica de la adolescencia.

Con todo este caos de post creo que vengo a decir principalmente dos cosas: en primer lugar, que es muy importante no perder de vista la época sobre la que escribimos, por mucho tiempo que haya pasado desde entonces. Hay quien escribe para niños o jóvenes y parece que nunca lo haya sido, porque lo hace de un modo tan lejano que es difícil sentirse identificado. Y en segundo lugar, que, paradójicamente, hay muchas obras cuyo valor principal reside en estar escritas por gente muy joven, y que si bien no son obras maestras a nivel literario, contienen una angustia adolescente tan palpable que creo que eso mismo ya la has hace valiosas.

Se me ocurren novelas incluso tan emblemáticas como Rebeldes. S. E. Hinton la escribió muy joven y eso es algo que se nota cuando se lee, tanto para bien como para mal. Ahora puede parecer un tanto ingenua en algunos aspectos, un tanto absoluta e infantil en otros, a pesar del tema tan duro que trata... Pero no cabe duda de que si te la lees con 14 ó 15 años empatizarás de un modo total. Y con mi libro estrella (con el que planteé el ejercicio de puntuación) ocurre algo muy similar: si lo leo ahora, con 26 años, no puedo evitar caer en todos los detalles que demuestran que fue escrito por una chica que contaba entonces 18 ó 19 años. Puedo ser objetiva en cuanto a esos personajes excesivamente buenos o malos, ese modo de querer transmitir la sensación de estar de vuelta de todo pero en realidad no haber vivido mucho, toda esa angustia de estudiante marginado y fuera de lugar que piensa que todo el mundo le odia, incluso sus padres. Todos esos puntos me resultan ahora un tanto más lejanos, y no me cabe duda de que si la propia autora tuviese que reescribir la novela ahora mismo, más de 15 años después, saldría un producto totalmente distinto. Pero cuando la leí con 14 años me dio la impresión de estar interactuando con personajes reales, tan cercanos a mí que casi podía tocarlos con la mano. Y empatizaba tanto con todo lo que contaba, con esa angustia desmedida, que se tuvo que convertir sí o sí en mi libro favorito. Es un libro cuya esencia reside en ello, en toda la angustia adolescente que destila, y sigue siendo mi libro favorito aunque ahora ya no empatice tanto con todo lo que transmite.

Y una vez más no sé si me he explicado, pero a todo esto es a lo que me refería con la esencia. Desgraciadamente, creo que habrá sentimientos que tan sólo seremos capaces de plasmar con desgarradora fidelidad en una determinada época de nuestras vidas, y será inevitable que dicho sentimiento se deforme o desvirtúe conforme pasen los años. Pero eso no significará que el mensaje, como tal, sea incorrecto; simplemente habrá que situarlo en el contexto adecuado.

Y, de nuevo, la conclusión de todo esto es que tenemos ante nosotros la difícil misión de escribir cada vez mejor pero manteniendo intacta la esencia, el sentimiento que nos aborda en cada momento. Y en el caso particular de querer escribir para niños o adolescentes, deberemos encontrar el perfecto equilibrio entre lo que somos ahora como adultos y lo que fuimos hace años, contactar con ese niño o adolescente que llevamos dentro, porque sólo dejándonos poseer por él lograremos empatizar con ese público. Porque, como escribió Hughes para El club de los cinco, "Cuando creces, tu corazón muere" :)

lunes, 19 de octubre de 2009

Esencia y forma (con tu permiso, Violet)

En la línea de la última opinión de Violet en el post anterior, he escrito un comentario que me ha quedado bastante largo, por lo que al final he optado por ponerlo como un nuevo post. Siempre alegra entrar en el blog y ver que hay palabritas frescas.

Creo que Violet tiene toda la razón al afirmar que una cosa es la esencia de la obra y otra la forma, y el problema es lograr perfeccionar esta última sin tocar la primera. Supongo que es algo así como elegir la ropa y el maquillaje adecuado para estar mejor y a la vez seguir pareciendo nosotras mismas, sin que dé la sensación de que nos hemos disfrazado de otra persona. Por decirlo de algún modo.

Me consuela pensar que con los años aprenderemos a distinguir con exactitud dónde está la esencia de nuestra obra, y por ende sabremos modificarla sin empeorarla, sino potenciando lo mejor que tenga. Está claro que toda obra tiene una fuerza vital muy intensa que nace de nuestra pasión creadora, del placer absoluto por lo que hacemos, y cuando intentamos corregirla en un momento en el que ya no nos causa ese sentimiento tan parecido a un terremoto, es bastante improbable que derrumbemos las reticencias de lector alguno. Hay obras que tienen “ese algo especial que no se sabe qué es” y hay otras a las que “les falla algo pero no se sabe el qué”. Eso es la fuerza, la pasión, la vida que tienen sus palabras… Que para algo la literatura es un arte, y el que pretenda objetivarla hasta el extremo creará obras sumamente correctas, pero artísticamente muertas.

Por otra parte, corregir una obra con una exaltación excesiva, sin utilizar el criterio estricto por el que se guiaría un lector profesional, tampoco es lo más adecuado.

Así pues, lo ideal debe ser escribir con pasión —con el alma, que diría un poeta— y corregir con objetividad, sabiendo en todo momento dónde está la esencia verdadera de la obra para dejarla intacta después del proceso de edición.

Como tantas cosas en la vida… ¡Qué fácil que es decirlo y qué difícil hacerlo!

viernes, 16 de octubre de 2009

Despudrir manzanas

De cara al año que viene me he propuesto recuperar algunos libros que tengo escritos y que, por una u otra razón, no me convencen. La idea es hacer un listado exhaustivo de las cojeras que presentan y corregirlas, y así poder presentarlos también a algún otro concurso en lugar de tenerlos muertos de risa, aunque sólo sea por respeto al tiempo que en su día les dediqué. Pienso, además, que el proceso de tomar una obra desechada u olvidada e intentar enmendarla puede ser muy constructivo de cara a entrenar mi detector de errores (aún no muy desarrollado) y no volver a meter la pata en libros futuros. No sé si será posible, si habrá pasado mucho tiempo y los libros ya habrán tomado personalidad así como son, con sus mellas y sus cojeras, y no habrá quien los cambie. De ahí el título del post, ¿será tan imposible mejorar un libro tarado como intentar volver atrás el proceso de putrefacción de una manzana? Quién sabe… Y si no es posible, ¡espero que esa manzana podrida no me pudra las sanas que voy creando después!

¿Qué experiencia tenéis vosotros con la corrección de textos que no os convencen?

martes, 13 de octubre de 2009

Nueva etapa

Hoy me he dado de baja voluntaria en el trabajo. Me apena muchísimo, y tengo una especie de nudo en la garganta. No sólo por la pena, sino también por el miedo a no estar haciendo lo correcto, de tomar una decisión errónea. Llevo una temporada que intento salir hacia delante con trabajo, oposiciones y literatura, y al final todo se me ha convertido en una bola que se ha ido haciendo gigante hasta que mi salud mental ha dicho basta. La prioridad: la literatura. El futuro y la esperanza: las oposiciones. El deber: el trabajo. Y he optado por quitarme este último lastre, el de la obligación, decisión muy poco propia de mí (siempre tan responsable) y por tanto que me crea una gran angustia. Veremos, con el paso del tiempo, si ha sido una decisión adecuada. Tras el velo de angustia veo una lucecita: mientras me dedique a estudiar para sacarme una plaza con un horario que me deje tiempo para escribir, también tendré más tiempo de escribir. Entre estudio y estudio, una página… No paro de repetirme a mí misma que es la decisión correcta, que lo hago por Eduard Codín (como podéis deducir, un personaje de mi libro actual).

En fin, sé que éste no es un tema muy de este blog, pero… ¡necesitaba desahogarme! ¿Creéis que estoy loca?

viernes, 9 de octubre de 2009

Blog ficticio

Hola de nuevo,

Me he pensado mucho lo de escribir este post, más que nada porque el tema del que quiero hablar es algo de lo que he hablado a muy poca gente, y, de hecho, lo tenía bastante aparcado por no saber muy bien qué hacer con ello. Pero al final me he decidido a comentarlo, más que nada porque confío en vuestro buen criterio y ganas de hacer cosas, y me gustaría que le echarais un vistazo :)

Hace un año (además, hace exactamente un año!) se me ocurrió abrir un blog ficticio. Es decir, comenzar a desarrollar una historia pero en lugar de escribirla en plan novelado, hacerlo en modo epistolar en un blog, con una identidad falsa. La idea era ir desarrollándolo y ver si, en algún momento, alguien llegaba a dar con el blog y se creía la historia. Una especie de experimento, sí. Al final no pasó nada de eso, más que nada porque no supe qué hacer para darlo a conocer. El problema es que no podía ir por ahí pregonando el link a los cuatro vientos, porque entonces el supuesto realismo del blog no podría ser tal. Y, obviamente, un blog que no se publicita en absoluto no obtiene nuevos lectores fácilmente. Así que sí logré que dos o tres personas me dejaran comentarios involucrándose en la historia, pero fueron colegas míos :P (eso sí, aunque supe en todo momento que eran personas conocidas, algunos no me revelaron su identidad hasta el último momento, estuvo bien!).

En resumen, os dejo el link del blog en cuestión, que durante mucho tiempo he tenido cerrado (pensando qué hacer, si recoger todos los posts y novelarlos, o qué), por si queréis echarle un vistazo u os apetece hacer algo similar. He de decir que, mientras estuve en ello, y pese a no obtener ningún tipo de resultado sorprendente, me lo pasé muy bien!

http://diariodeunababysitter.blogspot.com/

La historia llegó a su fin, aunque debo decir que el final no termina de convencerme. Ya veremos si retomo la idea para abordarla con otro formato o qué; por ahora así está.

Hasta luego!

jueves, 8 de octubre de 2009

2º Ejercicio de puntuación

Hola! Bueno, como me gustó lo del ejercicio de puntuación, aquí estoy yo para proponer otro. En esta ocasión se trata de un fragmento de "El alma del vampiro", de Poppy Z. Brite, el que lleva siendo mi indiscutible libro favorito desde que lo leí por primera vez, hace más de diez años. Ahí va:

"no funciona dijo fantasma se averió hace mucho tiempo pero steve ya había metido la moneda la balanza crujió tintineó y chirrió una tarjetita amarillenta cayó por la ranura antes nunca había hecho eso dijo fantasma steve le alargó la tarjetita fantasma la leyó dos veces en silencio y después la leyó en voz alta el futuro encierra dolor para ti y tu persona amada los ojos de fantasma se habian oscurecido y parecía un poco preocupado pues menuda profecía dijo steve no tengo ninguna persona amada arrugó la tarjetita entre los dedos convirtiéndola en una bola cuando salieron del cuarto de atrás la señora catlin les observó con cierta suspicacia pasa algo preguntó tu balanza le ha dado una tarjeta de mala suerte a steve dijo fantasma y le contó lo que había impreso en la tarjeta la señora catlin meneó la cabeza bueno yo no haría mucho caso de eso ese trasto viejo suele conformarse con seguir averiado pero de vez en cuando se pone un poquito temperamental si te van esas cosas siempre puedes predecir montones de calamidades en cualquier vida sabes miró fijamente a steve y sus ojos parecieron taladrarle pero tú recuerdo lo que deliverance dijo de ti no tengo el don que tenía ella y que tiene fantasma pero yo también puedo verlo eres apasionado e impulsivo y permites que tu mal genio te guíe no escuchas a la bondad de tu corazón tanto como deberías hacerlo deliverance dijo que estaba segura de que algún día harías daño a alguien pero que a quien acabarías haciendo más daño sería a ti mismo"

Me ha costado horrores elegir un fragmento adecuado; aún así, creo que no será muy complicado :) Ya me diréis!



Edito, aquí va el fragmento original (lo había colgado en un comentario, pero así está también por aquí):

-No funciona -dijo Fantasma-. Se averió hace mucho tiempo.
Pero Steve ya había metido la moneda. La balanza crujió, tintineó y chirrió. Una tarjetita amarillenta cayó por la ranura.
-Antes nunca había hecho eso -dijo Fantasma.
Steve le alargó la tarjetita. Fantasma la leyó dos veces en silencio, y después la leyó en voz alta.
-"El futuro encierra dolor para ti y tu persona amada."
Los ojos de Fantasma se habían oscurecido, y parecía un poco preocupado.
-Pues menuda profecía... -dijo Steve-. No tengo ninguna "persona amada".
Arrugó la tarjetita entre los dedos convirtiéndola en una bola.
Cuando salieron del cuarto de atrás la señora Catlin les observó con cierta suspicacia.
-¿Pasa algo? -preguntó.
-Tu balanza le ha dado una tarjeta de mala suerte a Steve -dijo Fantasma, y le contó lo que había impreso en la tarjeta.
La señora Catlin meneó la cabeza.
-Bueno, yo no haría mucho caso de eso... Ese trasto viejo suele conformarse con seguir averiado, pero de vez en cuando se pone un poquito temperamental. Si te van esas cosas, siempre puedes predecir montones de calamidades en cualquier vida, ¿sabes? -Miró fijamente a Steve, y sus ojos parecieron taladrarle-. Pero tú... Recuerdo lo que Deliverance dijo de ti. No tengo el don que tenía ella y que tiene Fantasma, pero yo también puedo verlo. Eres apasionado e impulsivo, y permites que tu mal genio te guíe. No escuchas a la bondad de tu corazón tanto como deberías hacerlo... Deliverance dijo que estaba segura de que algún día harías daño a alguien..., pero que a quien acabarías haciendo más daño sería a ti mismo.

sábado, 3 de octubre de 2009

Ejercicio de puntuación

En este nuevo ejercicio os presento un fragmento de mi queridísimo Olvidado Rey Gudú, de Ana María Matute. He suprimido cualquier tipo de signo de puntuació e incluso he anulado los párrafos. ¿Cómo lo puntuaríais?

"tuso entonces consejero del infeliz y confiado wersko se apercibió en seguida de la impresión que la joven causaba en volodioso no tardó en favorecer aquellas inclinaciones y se dedicó de lleno a hilar la sutil madeja de cuyo cabo se devanó más tarde la maraña de las traiciones y calumnias que hundieron para siempre al rey wersko malas lenguas aseguraron aunque sólo tenían el valor de chismes susurrados por damas ociosas que cuando volodioso pregunto el nombre de la tierna y turgente condesita tuso se apresuró a informarle que era la viuda de un tal conde soez barón de grandes virtudes pero que tuvo la mala ocurrencia de desposarse con tan apetitosa criatura estando como vulgarmente se dice con un pie en la sepultura sea por la emoción de semejante boda sea porque ella misma diole el último empujoncito al día siguiente a sus esponsales el viejo soez murió al oír estas cosas volodioso explayó sus sentimientos nunca fue un hombre refinado en grandes carcajadas soez gritaba alborozado cómo es posible que alguien se llame así el conde tuso respondió con gravedad ciertamente majestad del noble tronco soez de la muy antigua rama de los soeces ah dijo volodioso un tanto arrepentido de su ignorante expresión y no volvió a mofarse de aquel nombre"


Edito:


Después de varios días creo que ya os puedo poner el texto original. Una de las características que tiene Olvidado Rey Gudú (la literatura de Ana María Matute en general la tiene, pero este libro en concreto lo usa mucho más) es que utiliza mucho los incisos. No se trata de incisos entre comas, sino de incisos entre rayas, por lo que vuestras dos propuestas no están mal, pero en este sentido no coinciden con el original. Por otra parte, en este libro gran parte de las palabras que desea remarcar o convertir de algún modo en nombre propio las escribe con mayúscula inicial. El texto tal cual lo escribió Ana María es el siguiente:


"Tuso -entonces Consejero del infeliz y confiado Wersko- se apercibió en seguida de la impresión que la joven causaba en Volodioso. No tardó en favorecer aquellas inclinaciones, y se dedicó de lleno a hilar la sutil madeja de cuyo cabo se devanó más tarde la maraña de las traiciones y calumnias que hundieron para siempre al Rey Wersko. Malas lenguas aseguraron -aunque sólo tenían el valor de chismes susurrados por damas ociosas- que cuando Volodioso preguntó el nombre de la tierna y turgente condesita, Tuso se apresuró a informarle que era la viuda de un tal Conde Soez, barón de grandes virtudes, pero que tuvo la mala ocurrencia de desposarse con tan apetitosa criatura estando ya, como vulgarmente se dice, con un pie en la sepultura. Sea por la emoción de semejante boda, sea porque ella misma diole el último empujoncito, al día siguiente a sus esponsales, el viejo Soez murió. Al oír estas cosas, Volodioso explayó sus sentimientos -nunca fue un hombre refinado- en grandes carcajadas.
-¿Soez? -gritaba, alborozado-. ¿Cómo es posible que alguien se llame así?
El Conde Tuso respondió con gravedad:
-Ciertamente, Majestad: del noble tronco Soez, de la muy antigua rama de los Soeces.
-Ah... -dijo Volodioso, un tanto arrepentido de su ignorante explosión. Y no volvió a mofarse de aquel nombre."


Acabo la entrada diciendo que si no habéis leído Olvidado Rey Gudú os lo recomiendo encarecidamente. A veces es sumamente cruel, pero también tiene momentos extraordinariamente bellos.

viernes, 2 de octubre de 2009

Viernes poético

Si me lo permitís, hoy me voy a ir un poco por las ramas. No os preocupéis, que estos desvaríos son poco frecuentes.

¡Buen fin de semana!

¡Oh! Extraño mundo de ocultos enemigos…
¿Quién me yergue la pared para que nunca ascienda
y me muestra en la cima el calor de mis sueños?
¡Oh! Inhóspito paraje poblado de trabas…
¿Quién me aplana la pared para que la recorra
y cuando alcanzo mis sueños son tan sólo un holograma?
¿Quién? ¿Quién se ríe abiertamente en mi ridículo
y agriamente se lamenta en mi triunfo?
Alguien frota sus manos de placer, cuando me ve,
perdida y sola,
haciendo al fénix de mis sueños renacer de sus cenizas
tras cada soplo de aire que lo apaga.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

La Emperatriz de los Etéreos - Ejercicio

Me he tomado la libertad de coger el inicio de un libro de Laura Gallego, "La Emperatriz de los Etéreos" (me lo compré ayer porque, aunque me apetecía mucho, aún no había leído nada de esta autora. Tiene muy buena pinta, hay mucho que aprender de ella) y lo he alterado para empeorarlo. La idea es hacer un ejercicio (¡no vale mirar el inicio verdadero!), donde cada uno diga qué es lo que no le gusta, por qué no suena bien y proponga una alternativa de mejora, para comparalo luego con el texto real. ¿Qué os parece? Aquí va el texto modificado:

"Mucho más allá de los Montes de Hielo y de la Ciudad de Cristal, cuentan que habita la Emperatriz en su deslumbrante palacio, que es inmenso, tan grande y bello que sus torres más altas rozan las nubes y a la vez tan delicado que parece creado con gotitas de lluvia que han ido cayendo, una tras otra, hasta formar una gran maravilla de la arquitectura de nuestro tiempo. También dicen —son rumores y rumores que hacen eco en la noche por las paredes de roca— que la Emperatriz es bella, bellísima, y que nadie puede mirarla a la cara sin volverse completamente majara y revolverse por el suelo de pura locura; dicen también que lleva miles de años viviendo en su palacio y que es inmortal, vive en el Reino Etéreo, el cual es un lugar de maravilla y misterio que acoge a todos los valientes que son lo bastante osados como para aventurarse hasta allí. Allí, en el palacio de gotas de lluvia de la Emperatriz, no existe el sufrimiento, ni el dolor, ni la angustia, ni se pasa frío, ni hambre, y no es necesario comer, porque nunca se tiene hambre…"


Edito:


Como ya María ha dado con la mayor parte -si no todos- los errores que introduje intencionadamente en el texto, creo que ya puedo poner el texto original de Laura Gallego. Aquí os lo dejo:

"Cuentan que, más allá de los Montes de Hielo, más allá de la Ciudad de Cristal, habita la Emperatriz en un deslumbrante palacio, tan grande que sus torres más altas rozan las nubes, y tan delicado que parece creado con gotas de lluvia. Dicen que la Emperatriz es tan bella que nadie puede mirarla a la cara sin perder la razón; dicen también que es inmortal y que lleva miles de años viviendo en su palacio, en el Reino Etéreo, un lugar de maravilla y misterio que aguarda a todos los que son los bastante osados como para aventurarse hasta él. Allí, en el palacio de la Emperatriz, no existe el sufrimiento, ni se pasa frío, y no es necesario comer, porque nunca se tiene hambre…"

lunes, 28 de septiembre de 2009

Confucio

Dijo Confucio: “"Nuestra mayor gloria no está en no caer jamás, sino en levantarnos cada vez que caigamos". No es que suela leer a este filósofo, sino que llego a él a través del logo de Google que hoy conmemora su nacimiento, el 28 de septiembre del 551 a.C. He ojeado un poco sus principales filosofías y algunas de las frases que pronunció, y me sorprende comprobar que las palabras dichas de forma correcta y en su justa medida son aplicables a multitud de épocas, tendencias políticas, países y sociedades. Las palabras, en muchas ocasiones, pueden rebasar las barreras que el hombre impone, barreras humanas y, por tanto, en muchos casos artificiales o artificiosas. No hay fronteras, tiempo, balas (como dice Fito y siempre recuerdo: “Menos mal que con los rifles no se matan las palabras”), Estados, gobernantes, sangres o guerras, que puedan detener unas palabras certeras que, una vez pronunciadas, corren de boca en boca y de conciencia en conciencia más deprisa que la pólvora. Prueba de ello es esta frase que me ha llamado la atención. Feliz cumpleaños, pues, a Confucio y a sus pensamientos. En su honor, levantad siempre después de caer.

martes, 22 de septiembre de 2009

Para no lectores

Leo en El Cultural un artículo de Ignacio Echevarría titulado Para no lectores (dentro del comentario de La literatura como bluff, "panfleto publicado por Julien Gracq en 1950 que la editorial Nortesur ha tenido la excelente iniciativa de recuperar"). Me estremezco levemente ante su lectura, porque las verdades como puños golpean con fuerza los cimientos de la conciencia. En este artículo, el autor destripa un fenómeno, una especie de enfermedad degenerativa que tiene a bien destrozar lo que había sido, hasta ahora, la literatura.
El regusto que me ha dejado en la boca su lectura es que queda literatura, es cierto, pero en la sombra. Para acceder a la auténtica y verdadera hay que apartar antes montañas de libros que saltan y gritan diciendo: “¡A mí! ¡A mí! ¡Cógeme a mí!” (o mejor: “¡Cómprame a mí!”). Y a veces, nos guste o no, la tentación de elegir a uno de esos pequeños libros huérfanos que nos grita es intensa, aunque después resulte ser un fiasco. ¿Acaso alguna vez se parece el contenido de los envases de comida preparada a la foto mostrada en el exterior? Aunque en los libros siempre se puede aducir que se trata de algo subjetivo, que la mayor o menor calidad de su contenido es una opinión personal, mientras que no es opinión, sino hecho, que una hamburguesa de lata no se asemeje ni de lejos a su modelo en dos dimensiones.
Pero lo que sorprende esencialmente del artículo es constatar que, por lo que parece, no se trata, como pensamos, de un problema de nuestro tiempo. Según escribe Echevarría, “el efecto de transformación acelerada, de inminente derrumbamiento, de liquidación que suelen producir la industria y el mundo del libro y, más generalmente, la institución literaria, tiende a relativizarse cuando se leen textos clásicos […]”.

Y a pesar de esta sorpresa, la frase que más me ha llamado la atención en este artículo, y que he subrayado con rotulador fluorescente y me ha hecho meditar largamente sobre su contenido es la siguiente: “El caso es que la presión de ese público que no lee ha terminado por promover toda una literatura orientada a congraciarse con él, aun al precio de disolver lo literario en una gama cada vez más amplia y variada de sucedáneos”. Y ahí sí que me doy cuenta de que estoy de acuerdo con ello. Se busca, en muchos casos, escribir libros “sencillos” que puedan atrapar a lectores poco avezados. ¿Tiene acaso sentido? ¿Es el escribir para niños y jóvenes escribir para lectores no lectores? Muchos niños son mejores lectores que la mayoría de adultos. No pretendamos escribir libros para niños que no leen, o tener la presuntuosa intención de lograr que un no lector se convierta en lector con nuestros libros. Escribamos para lectores, lectores de verdad, y que cada cual se suba al tren de la lectura si le interesa. Es, posiblemente, una de las formas de ensalzar la “buena literatura”.

Sin embargo, aún estando de acuerdo con las aseveraciones de Ignacio Echevarría, no puedo evitar preguntarme si los “malos libros”, o si la “mala literatura” existe desde siempre por una simple razón: porque no son más que los inicios de los grandes escritores, de sus intentos de aprender y perfeccionarse, y que dicha literatura es simplemente el preludio de la buena y gran literatura, la memorable y artística. Tal vez, siempre habrá “mala literatura”, porque por suerte siempre habrá escritores noveles buscando el camino señero y luminoso de los grandes escritores.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Soy diferente, como todo el mundo

Bueno, pues después de una larga ausencia, aquí estoy para retomar un poco mi actividad en el blog :)

Quiero hablaros de la, al menos para mí, absurda tendencia que se está observando últimamente de poner de moda lo raro. Cuando digo raro quiero decir oscuro, extraño, siniestro.

Yo, de adolescente, fui la típica chica siniestra, adoradora de grupos oscuros y de películas como Jóvenes Ocultos. Ahora, mucho tiempo después, mis gustos siguen yendo por el mismo camino, con la única diferencia de que ya no le doy tanta importancia al aspecto estético (visto como quiero y ya está, sin considerar una norma inquebrantable ir de negro todos los días o con las uñas pintadas del mismo color), ni soy tan radical. Puedo reconocer que no toda la música que me gusta es siniestra sin sentir que estoy traicionando al Gran Dios Oscuro o algo así. En definitiva, siempre he sido y sigo siendo bastante, digamos, gótica. Y lo digo sólo para que os hagáis una idea: ahora mismo ya no me gusta catalogarme como nada. Soy yo, con mis muchos matices, y ya está.

Cuando iba al instituto todo el mundo me miraba raro. Y con 15 ó 16 años fui la única en mi clase que llevaba tatuajes, piercings en lugares poco comunes y vestía botas New Rock.

Ahora, sin embargo, todo eso está de moda. Está de moda ser oscurito, ir de depresivo por la vida. Ser emo, que es un término que ha salido de la nada y que no sé qué significa, pero que se me antoja algo así como ser siniestro pero en plan light, porque no escuchan música más oscura y, en general, parecen quedarse más en lo estético (aunque la mayor parte de los góticos también son así, pero eso ya es otra cuestión...).

Está de moda leer libros de vampiros, adorar a Tim Burton, tener toneladas de merchandising de Pesadilla Antes de Navidad y ponerse mucho lápiz de ojos negro. Y ahora nadie ve raro llevar el pelo teñido de colores extravagantes o llevar muchísimos piercings y tatuajes.

Ahora resulta que SM comienza a publicar novelas de Emily The Strange, y, no voy a negarlo, me parece maravilloso. Porque creo que ahora tal vez sí tenga alguna posibilidad de publicar con ellos. Porque, me guste o no, mis obras siempre tienen algo (mucho o poco..., normalmente mucho) de oscuro, y mis personajes casi siempre suelen ser un poquito tortuosos. Y que ahora todo eso esté de moda me abre puertas. Pero no puedo dejar, al mismo tiempo, de considerar todo esto absurdo.

Es como si, de algún modo, de un tiempo a esta parte se quisiese desmitificar todo lo oscuro a base de ponerlo de moda. Y no es que yo vaya de elitista o considere que mis gustos deben ser sólo míos. Pero creo que la tendencia a lo oscuro es algo que se debe llevar dentro, no se puede crear artificialmente. Además, en cuanto conviertes algo teóricamente extraño y transgresor en una gran maniobra de marketing, en un producto para el gran público, creo que pierde todo lo que pueda tener de extraño y transgresor. No sé si me explico. Emily The Strange es una chica rara, hosca, antipática, oscura, insociable. Me parece absurdo que un personaje de semejantes características haya de convertirse en un modelo a seguir para las niñas de doce años. Y no porque ser así esté mal. Sino porque tú eres así o no lo eres, pero no puedes forzarlo. Ahora un montón de niñas que jamás en su vida se han sentido atraídas por el mundo oscurillo comenzarán a devorar esas novelas y de golpe querrán vestir de negro y autoimponerse una actitud de estoy de vuelta de todo, estoy al margen, soy rara. ¡Pero no puedes ser rara cuando lo que haces es ceder a una maniora de marketing! ¿Cómo vas a estar al margen si haces lo mismo que trillones de niñas de tu edad, porque es lo que se lleva?

En fin, he mencionado a Emily como ejemplo, pero igual me servirían las tropecientas mil sagas de novelas de vampiros que salen de la nada como setas, o el modo en que las revistas de adolescentes de repente adoran a grupos como HIM, que en mis tiempos no hubiesen salido jamás en un póster central de ninguna revista.

Y lo que más me molesta de todo es que, para variar, todo parece quedarse en la superficie. No me molestaría que se pusiese de moda lo oscuro si al menos se ahondase más en el aspecto cultural. No se les recomienda a las niñas que lean a Lovecraft, o a Edgar Allan Poe, o a Bram Stoker, por citar a algunos clásicos de la literatura oscura. No se les recomienda que escuchen a grupos legendarios como The Cure (por nombrar, tal vez, al más conocido), ni que vean películas de Vincent Price, por ejemplo. No, se les recomienda que lean novelas de vampiros que son algo así como novelas románticas de toda la vida pero con un tipo con colmillos de por medio. Se les recomienda que escuchen a grupos como Green Day, que existen desde hace siglos y nunca han sido siniestros, pero ahora les ha dado por vestir de negro y llevar mucho lápiz de ojos. Se les recomienda, en definitiva, una actitud de falsa rebeldía, de tristeza autoimpuesta, de sentirse transgresor cuando lo único que hacen es seguir una moda.

No sé, no puedo evitar pensar que cada vez tendemos más a convertirlo todo en una moda, en algo impuesto. En algo que ya no sale de dentro, sino que se pone de moda o no, y se lleva durante una temporada para quedar luego enterrado en el olvido.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Estudiar al contrincante

A la XXX edición del Premio Barco de Vapor presenté una obra que había entusiasmado a todos los que la habían leído. La envié con grandes esperanzas, ilusionada, pues a mí también me entusiasmaba (y aún lo hace), creyendo que realmente tenía posibilidades de ganar, o, al menos, de gustar hasta el punto de que en la editorial me consideraran merecedora de la publicación.

Pequé de ingenua. Mi obra imaginativa y bien trabajada —puntos mejorables a parte, que los tiene— no tenía posibilidad alguna. ¿Por qué? Muy sencillo: yo no me había leído, aún, Calvina, el libro ganador de la edición anterior. Craso error. Cuando al fin lo hice, hace ya algunos meses, comprendí que mi libro no podía ganar después de que Calvina se alzara con el galardón.

No es que ambas obras versaran sobre lo mismo ni se parecieran sus argumentos, pero sí que tenían ciertos puntos coincidentes o, al menos, ciertas ideas y planteamientos que me hicieron rechinar los dientes. Me quedé con ganas de darme cabezazos contra la pared. Estos posibles puntos de coincidencia estaban tratados de un modo radicalmente distinto, originales ambos a su modo (Calvina es un libro muy recomendable para todas las edades). Pero a pesar de ser distintos, estoy segura de que mi obra era papel para reciclar desde el principio por culpa de esto. Tal vez quien la leyera creyó que me había inspirado en la ganadora anterior, y pensó: “¡Qué desfachatez! Se inspira en una obra ya ganadora, y, para colmo, la inmediatamente anterior”. Por eso digo que pequé de ingenua. Me presenté a un concurso sin haber evaluado sus precedentes. De haber leído Calvina antes de remitir mi libro habría comprendido que no era conveniente su envío, ni muchos menos depositar esperanzas en una obra condenada (con razón) a la más absoluta desconsideración por parte de lectores o jurado.

Como moraleja a toda esta historia: intentad leer a los ganadores de ediciones anteriores antes de presentar vuestra obra a un concurso. Es lo mínimo que podemos hacer para saber a qué atenernos y no quedarnos con cara de tontos, lamentando que nuestra obra haya estado perdiendo el tiempo en lugar de estar probando suerte en otro concurso donde quizás tenía más posibilidades.

De nada sirve un buen gancho de derecha si lo asestamos al aire.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Educación del Alma Humana

Cuando era pequeña era de esas niñas insoportables que todo lo preguntan. Preguntaba por el color del cielo, por las nubes, por el comportamiento de las personas… en fin, por todas esas cosas que forman parte del MUNDO, y que a veces olvidamos. Preguntar, preguntar, preguntar. No sólo echaba mis interrogantes al aire y punto: también quedaba esperando con muchísima atención la respuesta, y después la rumiaba a la sombra, detenidamente. Esto me otorgó suficiente experiencia como para entender, más temprano que tarde, que las preguntas, muchas veces, molestan. Y no sólo molestan por tener a un pequeño lorito importunando constantemente cuando la película está más interesante, sino porque a las personas les incomoda sentirse ignorantes. No saber la respuesta a la pregunta de un enano de cuatro años pone —y perdonad la expresión— de muy mala leche.

No fue distinto en la etapa escolar. Recuerdo una ocasión, en la guardería (no sé cómo recuerdo eso porque era muy pequeña, pero está grabado ahí, sobre todo la sensación de “noentenderporqué”) en que la cuidadora nos estaba contando el cuento de las judías mágicas. Yo la interrumpí con una pregunta de carácter lógico. Bastante irónico si consideramos que ahora me apasiona la literatura surrelista, pero bueno, así fue. Le pregunté acerca de algo que ocurría en el cuento y carecía de sentido. Su reacción fue muy rara. Me puso de cara a la pared, de rodillas, con los brazos en cruz y con varios libros sobre la palma de cada mano. Ahí me dejó durante un par de horas, mientras continuaba contando cuentos a los niños silenciosos.

Así fui dándome cuenta, con el paso de los cursos, que los profesores no lo sabían todo, y que muchas de mis respuestas estaban —¡gracias!— en los libros. Que los libros no se enfadaban, ni tampoco me hacían llorar ni sentirme pesada, y que tampoco importaba lo que se me ocurriera preguntar: cualquier respuesta podía estar plasmada en ellos, y, si no lo estaba —esto sí que fue una verdadera revelación— me guiaban para elaborar mi propia respuesta. Crecí como persona más en soledad que en compañía.

Porque ahora veo que todo el sistema educativo empieza con el famoso: “¿Qué quieres ser de mayor?” (yo respondía arquitecto) y acaba con: “¿Qué carrera vas a elegir cuando acabes selectividad?” (yo respondí químicas), todo con el fin último de “encontrar un buen trabajo”. Luego acabas toda esa parafernalia, te encuentras en un puesto de trabajo que también tiene un fin último que te toca más bien de lejos, y te sigues preguntando muchas, muchas cosas. Creo que todas las personas se pueden clasificar en dos tipos: las que se hacen preguntas y las que te castigan con los brazos en cruz.

Me enseñaron muchas cosas, pero nadie me enseñó a educarme de verdad, por dentro. A educar mi conciencia y mi espíritu. Sólo los libros ayudaron a ello. Educar el alma humana es un camino verdaderamente solitario.

lunes, 31 de agosto de 2009

Vuelta al cole

Se acabaron las lecturas de verano (en mi caso la Constitución y otras joyas de la Ley española) y empezarán las lecturas más serias, más profundas (en mi caso la Constitución y otras joyas de la Ley española). Espero que a partir de mañana, que ya es 1 de septiembre, empiece el curso escolar de este blog con energías renovadas y pendiente ya de un hito que marcó su comienzo: los premios de la fundación SM.

Seguramente, muchos de vosotros estáis ultimando los detalles para el envío. Es un momento emocionante: imprimir los originales, encuadernarlos, revisarlos, envolverlos, ir a la oficina de correos… es un ritual que para mí siempre ha estado lleno de supersticiones vanas, pero que me alegraban el día. Cosas del estilo a: “Si el paquete pesa más de 720 gramos es que voy a ganar el premio”, y absurdeces semejantes a esta una tras otra.

Así pues, mucha suerte a todos vosotros, y contad la experiencia cuando ya hayáis pasado el momento tenso de mandar vuestra obra a probar suerte y a campar por el mundo.

Vuelve el curso escolar.

Un saludo,

miércoles, 12 de agosto de 2009

Personas, personajes y personajillos

Debo de ser muy poco avispada, pero me ha llevado años darme cuenta de una máxima de la literatura: de poco sirve un argumento magistral si luego no sabemos llevarlo al papel. A mí me ha sucedido en infinidad de ocasiones; se me ocurre una gran idea, o creo que es una gran idea, y me ilusiono. Después comienzo a escribirla, y a medida que avanzan las páginas me doy cuenta de que cada vez me va gustando menos, que el entusiasmo va decayendo lentamente… hasta que la gran idea acaba en la basura, o en la papelera de reciclaje del ordenador, y si te he visto no me acuerdo. Seguramente, mi gran idea sí era una gran idea, pero eso, según me ha quedado demostrado, no es suficiente.

Del mismo modo, hay otras historias más sencillas, que no parten de argumentos magistrales y que, sin embargo, al final logran engancharnos y envolvernos como una tela de araña. Muchas veces nos van atrapando sin que apenas nos demos cuenta… precisamente porque no destacan por los grandes golpes de efecto. Tienen un algo. La cuestión es: ¿cuál es ese algo?

Si el tema de la novela es relativamente secundario (ojo, digo relativamente, no es una afirmación categórica)… La conclusión a la que he llegado por mi cuenta, y que no tiene por qué ser cierta, es que ese algo es, esencialmente, el personaje. Se puede hablar de otros aspectos de cimentación del relato, como el vocabulario o la construcción de las frases, el tono, el ritmo, la dosificación de la información… en fin, muchos aspectos importantes… Evidentemente, lo deseable sería que fuéramos unos grandes maestros de la narración y lográramos equilibrarlos todos, aplicarlos y combinarlos en su justa medida… Pero suponiendo que eso no es posible, tendremos que centrarnos en el personaje, pues es el que sostiene toda la estructura y es por él por quien existe nuestra historia.

Si nuestros personajes son veraces, nuestra historia será veraz. Si nuestros personajes despiertan pasiones, emociones o incluso sentimientos, también lo hará nuestra historia. ¿Nunca habéis odiado a un personaje con todas vuestras fuerzas? ¿No le habéis temido tanto que sólo intuir que iba a aparecer en la siguiente página os habéis echado a temblar? ¿O habéis sonreído ante sus ocurrencias? El personaje debe ser creíble, y para ello debe evolucionar hacia persona y no degenerar en personajillo. Recomiendo releer novelas cuyos personajes nos impactaron por algo, y estudiar con detalle qué es ese algo. ¿Por qué funciona el personaje? ¿Qué peculiaridades tiene que le hacen creíble? ¿Qué similitudes tiene con el modo de comportarse y de sentir de un ser humano? Esto puede ser muy útil. Seguramente, descubriremos que tiene defectos y virtudes (es demasiado tozudo, pero tiene un don especial para tratar con niños), que tiene manías (no puede soportar el olor a suavizante), que tiene costumbres (todas las mañanas desayuna un melocotón, traído de donde sea, en cualquier época del año), que tiene gustos peculiares (le encantan las mujeres con vestidos de flores pero, eso sí, siempre por debajo de la rodilla). En fin, detalles. Pequeñas guindillas sobre el pastel de vuestra historia.

Como todo lo que nos rodea. Mirad a vuestro alrededor, a quienquiera que tengáis cerca… ¿Cuántas cosas como las que yo he dicho del hipotético personaje podríais decir de ellos?

viernes, 31 de julio de 2009

Editoriales donde encaje nuestra obra

En múltiples ocasiones se ha comentado en el blog algo así como que tenemos una obra terminada, que nos gusta, pero que "no encaja con ninguna editorial". También se ha dicho que muchas de nuestras obras no eran lo que la Editorial SM "estaba buscando".

Sin embargo, seguramente toda obra pueda tener un público al que llegar, y por tanto debe tener una vía de comunicación con dicho público, que siempre será la editorial. Por eso creo que sería conveniente hacer un listado de editoriales que publiquen infantil y juvenil considerando los siguientes aspectos:

- Tipo de obras que busca esta editorial
- Ejemplos de obras que ha publicado la editorial y breve referencia al contenido o aspecto diferencial
- Política de contenidos de la editorial
- Qué nuevas obras pueden encajar dentro de su filosofía y su planteamiento

Si lográramos hacer un listado exhaustivo, siempre podríamos saber a qué editoriales o a qué concursos presentar nuestra obra, sin perder el tiempo en alguna otra en la que nos van a desestimar con sólo leer la primera página. Después haríamos un post bien detallado.

¿Qué os parece? ¿Tenéis sugerencias o información acerca de editoriales que podamos emplear como guía? No me refiero a editoriales grandes, sino a todas las editoriales habidas y por haber.

¡Un saludo!

martes, 28 de julio de 2009

La Química de la Palabra

Dada mi formación científica —por llamarlo de algún modo—, siempre he tendido a disculparme por hacer intentos de introducirme en el mundo editorial (que no en el literario, pues en ése, ya estoy inmersa) habiéndome licenciado en la rama “contraria”. Además, añado, sin ningún pudor ni vergüenza, que nada me impulsó a elegir esa carrera más que mi propio deseo de estudiarla (el futuro laboral no fue, ni muchos menos, un aliciente, pues aquí tiene salidas casi nulas). ¿Qué tendrán que ver (podéis pensar) los átomos, los enlaces, las moléculas… con las palabras? Pues creo que más de lo que pensamos. De hecho muchas veces lo pienso, y elaboro una especie de teoría al respecto, ya que, a medida que pasan los años, me he dado cuenta de que hay una cantidad de químicos-escritores abrumadora. Desde un profesor mío de Química Inorgánica poeta que tiene gran cantidad de libros publicados hasta aprendices como yo, pasando por algún que otro autor de éxito cuya carrera literaria ha eclipsado su procedencia del “bando enemigo”.

La teoría que os comento es algo así como que los químicos-poetas buscan o investigan la formación de un todo bello y con sentido absoluto.

Un átomo se enlaza con otro átomo y forma una molécula. Se pueden unir miles y miles de átomos con otros átomos y formar moléculas inmensas que encierran un código secreto, que perpetúan y codifican la vida (palabras al oído de quien sepa descifrarlas). Eso, por muchos detractores que tenga, es una forma natural y esencial de la belleza más pura y absoluta.

Una palabra se enlaza con otra palabra y forma, quizás, una frase. Se pueden unir miles y miles de palabras con otras palabras, frases con otras frases, y formar, párrafo tras párrafo y página tras página, una obra completa que tenga vida propia. También se trata de un código, un código lingüístico. Y eso también es una forma humana y esencial de la belleza más pura y absoluta.

¿Acaso es éste el motivo de que circulen por el mundo tantos químicos locos deseosos de expresar sus ideas con palabras? La literatura no es una cuestión de ciencias o letras, ni de bandos, ni de enemigos. Simplemente es una forma, como otra cualquiera, de aproximarse al maravilloso misterio de la vida.

viernes, 24 de julio de 2009

Tiempo

Cuando alguien califica el hecho de que escriba como un “hobby”, me suele molestar. No digo nada, por supuesto, porque no tengo cómo demostrarle a esa persona que no es una afición, sino otra cosa muy distinta. Para mí, algo profesional, esencial, mucho más importante que cualquier entretenimiento. Pero a alguien que no siente como yo, y que no ve libros míos en las estanterías de librería alguna, es difícil convencerle de que soy algo más que una aficionada.

Soy, como la crueldad que produce la carencia de Vitamina R, una fiera agazapada, siempre silenciosa, esperando la fracción de segundo precisa para saltar y asestar el mortal zarpazo. Nunca me flaquean las fuerzas, aunque a veces, a mi alrededor, no sepan entenderme del todo.

Pero últimamente me estoy dando cuenta de que dentro de este planteamiento de lucha constante, de no rendirme nunca, ha habido un claro cambio de metas. Antes, si alguien me formulaba la promiscua pregunta de: “¿Cuál es tu sueño?”, yo respondía sin dudarlo siquiera: “Vivir de la literatura”. Incluso creo que lo he escrito alguna vez en este blog. Sin embargo, ahora soy consciente de que eso no es verdad… Yo sólo quiero tener tiempo para leer, para aprender, para escribir, y para crear obras que me satisfagan y me llenen. TIEMPO. Seguramente, el que vive de escribir y es esto su única y exclusiva fuente de ingresos, está sometido al apremio de las editoriales, a la necesidad de entregar y publicar otro libro más dentro de plazo para poder venderlo en la campaña de verano, o en la de Navidad… estará obligado a traicionar una y otra vez sus principios, o su criterio, para poder seguir en la brecha. Supongo que el que sigue en la brecha imponiendo sus criterios es el verdadero genio. Pero puesto que no es mi caso, y que prefiero camuflarme con el entorno y pasar desapercibida, sólo pido horas, minutos, segundos.


¿Acaso se os ocurre algo más valioso que el tiempo?

lunes, 20 de julio de 2009

Desmusada

Sé que muchos de vosotros no tenéis demasiado tiempo para haceros notar por aquí, ni para dar vuestra palabra a torcer. Pero aún así, creo que seguís leyendo lo que se habla en el blog. Así pues, aquí estoy de nuevo, para todo el que me quiera leer, si es que vuestras obligaciones veraniegas os lo permiten.

El verano es mala época para la inspiración y, por tanto, para el arte. Se puede argumentar que el artista lo es en cualquier espacio, tiempo, circunstancia o clima, y que pocos elementos del entorno alteran el aleteo de las musas. No es así. Desafortunadamente el ser humano está inmerso en un todo que le influye por los cuatro costados. No sé en vuestras ciudades, pero aquí se respira un aire caliente y amodorrado, y yo tengo siempre los ojos irritados, el cuerpo con ganas de dormir y el cerebro, directamente, dormido. Aunque todo esto también es culpa de la terrible humedad de Mallorca, que probablemente no padezcáis.

Y sin embargo, muchos premios cierran sus convocatorias poco tiempo después de acabar el verano… Mientras las musas duermen los concursos despiertan, las editoriales vuelven a la rutina del otoño y renacen nuestras esperanzas de convertirnos en ganador. Yo tengo claro que me resulta del todo imposible presentarme este año a ninguno de esos concursos de florecimiento otoñal. Así pues, he marcado una estrategia: enviar a todo concurso la obra escrita el año anterior, y enviar la escrita este año al concurso del año que viene.

Así reposará, la leeré con otros ojos menos precipitados y suicidas, y quizá, algún día, alcance algo bello. Como si el verano no hubiera ocurrido nunca. Como si las musas no estuvieran tumbadas en la arena, aletargadas, rezumando sudor por los poros de la inspiración.

viernes, 17 de julio de 2009

La ruta del salmón

Los salmones tienen que atravesar aguas infestadas de tiburones para llegar a los fiordos a desovar.

Para evitar ser devorados, la naturaleza les ha programado genéticamente y les ha dicho: debéis saltar. Saltar. Eso es lo único que pueden hacer para intentar sobrevivir. Pero esto no es lo curioso. Lo curioso es que los salmones, por lo que parece, practican antes de llegar al dominio tiburón. Cogen una zona tranquila, y saltan, saltan, vuelven a saltar, una y otra vez… Lo de la práctica es una hipótesis que se baraja, no confirmada, pero parece ser que los científicos no logran hallar otra posibilidad que explique tal gasto de energía innecesario. Y ya sabemos que la naturaleza tiende a la mínima energía, y si puede gastar X no gastará X + 1.

Hasta aquí podemos hallar grandes paralelismos con la vida humana. Practicar antes de llegar al peligro; ponerlo en práctica una vez ante el peligro. Pero… ¿puede acaso el salmón buscar otro modo de enfrentarse a los tiburones? ¿Puede plantearse la búsqueda una ruta alternativa para esquivarlos, o inocularles un veneno que los extermine (o cuanto menos los desoriente y los haga menos certeros)? Simplemente, no puede. Viene programado de fábrica.

Y hasta aquí llega el paralelismo con el ser humano. Porque nosotros SÍ podemos cambiar la estrategia. Incluso, podemos elegir no atravesar esas aguas infestadas de tiburones, aunque en ese caso no alcanzaremos los fiordos, y no perpetuaremos la especie.

Supongamos ahora que la especie que pretendemos perpetuar es la LITERATURA. Y que cada uno de nosotros desea alcanzar los fiordos a toda costa, tal vez como único y claro objetivo en la vida (como un salmón). No nos queda otra: tiburones. Tiburones.

Tiburones.

Pero antes de exponernos a ser devorados (por estadística a alguno de nosotros se lo comerán) siempre podemos practicar y, sobretodo, buscar rutas alternativas, que para algo los seres humanos no venimos programados de serie.

¿Es quizá la autoedición la única ruta que nos protege del peligroso camino de los escuálidos editores? ¿O es otro camino de tiburones más, pero de distinta raza? Y sobretodo… ¿qué es eso tan especial que cada salmón debe tener para que un tiburón le deje alcanzar su meta?

miércoles, 8 de julio de 2009

Zara y el Librero de Bagdad

Reseña de Anabel Botella
Este es uno de los libros que tenía pendiente de hacer una reseña antes de irme de vacaciones, pero no me dio tiempo a hacerla. Había leído algunas críticas muy buenas de este libro, y la mía no va ser menos. La verdad es que cuando fui a la librería buscaba otro libro: El salvaje, el último premio Gran Angular, pero como no lo habían recibido me llevé este a casa.
Zara y el librero de Bagdad está escrito por Fernando Marías, está publicado por SM y recibió el premio Gran Angular 2008.

Fernando Marías nació en Bilbao en 1958. En 1975 se trasladó a Madrid para estudiar cine. Montó una productora, trabajó en publicidad y escribió guiones para series de televisión. En 1990 escribió su primera novela, La luz prodigiosa, con la que obtuvo el primero de muchos premios, entre otros, el Nadal, el ateneo de Sevilla, el nacional de Literatura infantil y juvenil y este último, el Gran Angular. Entre sus pasiones está el cocinar, la literatura y el cine.

Zara empieza con una frase espléndida que ya sólo por eso se merece un premio: “Es mentira que los muertos mueran cuando mueren. A veces les alarga la vida el amor”. Y esta frase nos llevará a descubrir la historia que Fernando aborda con maestría.

Es verano, en unas tardes de intenso calor que asolan la ciudad de Madrid, nuestro protagonista recibe un correo electrónico sobre las supuestas cinco últimas frases que dijo un conocido poeta antes de morir. Este misterioso personaje, llamado Max, lo cita en el cementerio de La Florida, lugar con un significado especial, porque allí están enterrados los cuarenta y tres madrileños fusilados por los franceses en la noche del 2 al 3 de mayo de 1808. En el cementerio descubre que el poeta no es otro que Antonio Machado, poco podría decir a la obra de Machado que no haya dicho ya, poeta de la generación del 98, y que agitó con alegría la bandera republicana cuando las urnas proclamaron un nuevo gobierno en la España de 1933.

Max dice poseer un manuscrito que atestiguan las cinco palabras de Machado. Y serán estas supuestas palabras las que unan a nuestro protagonista y a Max en la experiencia de la amistad, como valor en alza, por una parte, y por otra parte nos acerca a Zara y al librero de Bagdad. Pero el manuscrito de este personaje es mucho más de lo que en un principio pensaba nuestro protagonista, pues narra la infancia de Max en los años anteriores a la guerra civil española, y la misma guerra en Barcelona. El manuscrito es en realidad un pretexto para que acercarnos a la historia que ocurrió en Barcelona durante aquellos años, los conflictos internos que existía entre el bando republicano, y como esas diferencias les hicieron perder el norte de los verdaderos motivos por los que luchaban. Un claro ejemplo es lo que dice Leonardo en un momento de la novela: “lo malo de la revolución acabará con los bueno de la revolución”. Una corbata, símbolo para algunos de la clase adinerada, pasa a ser un pañuelo. Y en esa guerra que hubo entre hermanos se mezcla una guerra que aún no ha terminado (digan lo que digan las noticias), como es la guerra de Irak. De allí vienen Zara y su padre, perseguidos por un asesino profesional.

Esta es una novela sobre vidas complejas, pero a las que nuestros protagonistas no se conforman con pasar con la mirada gacha, sino con orgullo. La vida está para vivirla, para saborearla, en cada instante, pues es lo único que tenemos. Y ahí está Teresa, la madre de Max, que se rebela contra ello, porque no quiere vivir atenazada por el miedo. El otro ejemplo está en Khakim, el librero de Bagdad, que no duda en hacer lo que está en sus manos para tomar las riendas de su vida.

Y como he dicho antes, Fernando se vale de esta historia para hablarnos de la sinrazón de las guerras, del horror y el terror que provoca en todos cuanto la viven. ¿Qué sentido puede tener una guerra? ¿Quiénes son los verdaderos vencedores de las mismas? ¿El pueblo que lucha, el gobierno o ciertos intereses soterrados de los que no se habla casi nunca?

Esta es una novela para adolescentes mayores de 14 años, pero creo que tal y como está contada trasciende edades. Las guerras suelen ser motivos de historias, y las personas que las vivieron (en ambos bandos) deberían de contarnos lo que realmente ocurrió. Porque Fernando narra unos hechos con los nos quedamos con ganas de seguir leyendo. Y es que las buenas historias están hechas con retazos de sensibilidad y de ternura. Esta es de esas novelas, aunque es mucho más porque Fernando domina el lenguaje con soltura. Y si pensamos que dos guerras pueden resultar frías, impersonales o aburridas, estamos equivocados, porque la muerte siempre viene acompañada por la sorpresa que nos conlleva la vida. Un encuentro entre dos ciudades, entre dos culturas, pero en definitiva de personas que han pasado por experiencias muy similares. Así pues os dejo que seáis vosotros quienes descubráis las cinco palabras que pronunció Machado.

viernes, 3 de julio de 2009

El autor y su obra - La obra y su autor

En algún lugar leí, y que me corrijan si me equivoco, que Arthur Conan Doyle le cogió manía a Sherlock Holmes. Este último era el protagonista, el famoso, el importante… Mientras que Arthur quedaba en segundo plano. Probablemente habría mucha gente que hablaba de Sherlock Holmes con naturalidad, mientras que el nombre de Conan Doyle ni le sonaba. La obra, en este caso el personaje, había superado al autor. Le había suplantado, anulado, convertido en un segundón.

Seguramente, Conan Doyle, a pesar de ese sentimiento frustrante, también adoraba a Sherlock Holmes. El amor y el odio que a veces se complementan. El detective tenía la personalidad adecuada para calar en los demás (paradójico, siendo tan frío), y, aunque muchos no se dieran cuenta, lo había creado él. Jugó a ser Dios, a crear una criatura perfectamente creíble, y se le dio bien. Demasiado bien. A veces una obra se nos puede ir de las manos, y nada podremos hacer para contenerla, porque ya no será nuestra.

Luego, yo me pregunto… ¿Qué es más importante? ¿La obra o el autor? ¿Es más importante Hamlet o Shakespeare? ¿Cervantes o El Quijote? ¿García Márquez o Cien Años de Soledad? Depende del enfoque. Si lo miramos únicamente a nivel humano, supongo que todo el mundo respondería: “¡El autor!”. La persona, el individuo… Puesto que al fin y al cabo, los escritores lo son para otros individuos. (O para sí mismos, pero en cualquier caso para otro, porque el YO que escribe no es el YO que lee, sino otro desdoblado).

Pero… ¿y si lo miramos desde el punto de vista de la Literatura y del Arte?

La obra trasciende, se eterniza, se entrelaza con el tejido de la sociedad sin que nos demos cuenta, y ya está siempre ahí, siempre presente, aun cuando guarda silencio. El autor muere, la obra vive. El autor es humano, su historia no, y es ahí donde ésta se aproxima al infinito.

Que olviden nuestro nombre, pero nunca nuestras palabras.

jueves, 25 de junio de 2009

Cucas

Hola a todos,

Como veréis, he eliminado el fragmento de mi historia. Lo hago porque, la verdad (y supongo que más de un@ pensará que soy una exagerada), no puedo evitar ser una paranoica en lo que respecta a colgar textos en Internet. No es que piense que todo lo que escribo es una maravilla, pero bastante cuesta ser original, o intentarlo, como para correr el riesgo de que alguien (y no me refiero a los colaboradores habituales: en vosotros lo cierto es que confio) pase por aquí, le guste mi idea y se la apropie. Además, es tanto más arriesgado si tenemos en cuenta que escribo con un alias, por lo que ni siquiera puedo probar que yo (yo real, la yo que hay detrás del alias) soy la autora.

El cuento sobre las cucas lo empecé a escribir en plan tonto, pero al final me está gustando y creo que podría convertirse en novela infantil. Y no me siento segura compartiendo algo que, en el futuro, tal vez quiera presentar a algún concurso. Disculpadme si esto os molesta: repito que en los colaboradores habituales confío, pero no sé cuántos lectores reales tiene este blog, y en Internet somos muchísima gente.

Gracias por los dos comentarios recibidos. Me halaga mucho que os haya gustado, y tomaré nota de los consejos de María. La próxima vez intentaré ser más precavida y pensarme mejor las cosas antes de hacerlas, o al menos estar segura de que cuelgo únicamente textos con los que no pretendo hacer nada importante en el futuro. O, directamente, pensar en hacer algo que deje clara mi autoría, como publicar a nombre descubierto, cosa que por ahora no estoy haciendo en Internet.

Disculpas de nuevo. Y a ver si renace la vida en este blog, que últimamente parece desértico!

Hasta luego.

sábado, 20 de junio de 2009

Vitamina R

Carmelo Mellado tenía la enfermedad de la crueldad. Se la diagnosticó el médico desde bien pequeño, y era debida a la carencia de la vitamina R. La familia entera dedicó grandes esfuerzos y muchísimo dinero a buscarla, pero a pesar del titánico esfuerzo jamás logró hallarla; ni en frutas, ni en verduras, ni en carnes, ni en pescados. Ni siquiera en la gran variedad de setas venenosas que recolectaron en los bosques y que probaron una a una, sin precaución. Causó esto último multitud de muertes en la familia por el mortal envenenamiento. Él, como estaba enfermo de crueldad, reía burlonamente y a carcajadas, revolcándose por el suelo de pura diversión, cada vez que veía a uno de los suyos ponerse lívido y con los labios morados, para después mover la boca como un pez en busca de aire y caer finalmente fulminado por una crisis de asfixia.

Pero a pesar de semejante contratiempo ningún pariente dejó de buscar la preciada vitamina R. Intentaban curar al enfermo antes de que procreara, y engendrara una generación de crueles como él, ajenos a la muerte y a la sangre. «Será una tragedia para la Humanidad», repetía en sueños la matriarca mellada.

Llegó un momento en el que murieron todos los miembros de la familia que aún recordaban el motivo de tan intensa búsqueda. Todos, excepto el propio enfermo, que no deseaba curarse. No obstante, las generaciones siguientes —llevando ya en su sangre el gen de la enfermedad— continuaron buscándola sin descanso como un valioso legado de su estirpe, aun sin saber siquiera para qué la querían. «Es la tradición. Y la tradición es la tradición. Y punto», decían siempre si alguien les cuestionaba.

Para cuando los descendientes venideros lograron hallar la vitamina R, muchos años después de la muerte de Carmelo, ya nadie sabía qué debían hacer con ella y la guardaron en un cajón del trastero.

De modo que el gran cacique Carmelo Mellado no se curó nunca. Procreó, y la familia se vio infestada para siempre por una crueldad irreparable por la que sería conocida y temida en toda la comarca. Tuvo razón la matriarca mellada cuando hablaba en sueños, y la extraña enfermedad se extendió y se diluyó por el pueblo entero, agazapada siempre como una bestia al acecho, sin que nadie diera razón del porqué de semejante ferocidad.

martes, 16 de junio de 2009

Lo (políticamente) correcto

Hola a todos! Después de varios días un poco inactiva por el blog (tengo mucho trabajo estos días, también voy a tope con mi novela, que está llegando a su fin; y por si fuera poco, el calor me deja hecha polvo), decido pasarme por aquí para dar señales de vida.

Hace poco tuve la oportunidad de participar como jurado en un premio de narrativa organizado por un centro educativo. Y permitid que guarde el secreto sobre cuál: yo no formo parte de la organización del mismo y no me gustaría hablar de ello sin contar con su permiso. El caso es que me ha encantado la experiencia: tuve que valorar una serie de relatos escritos por chicos y chicas de unos 17-18 años. La temática era libre.

Estoy contenta porque, de los dos relatos que valoré mejor, uno de ellos ha sido el ganador y el otro ha recibido el segundo premio. Eso sí, en orden inverso: el que ha quedado segundo es el que yo valoré como el mejor. Pero en cualquier caso, eran mis dos favoritos y al final han quedado ganadores (porque para mí son ganadores ambos), y me alegra mucho.

Lo que quería comentaros es una cosa que me llamó mucho la atención de casi todos los relatos que leí, y es la obsesión que se observa últimamente por tocar temas muy bien vistos. Temas que sabes que, si los tocas, todo el mundo pensará que eres una persona sensible y concienciada con la situación del mundo, con los problemas de nuestra sociedad. Y se me ha ocurrido comentarlo a raíz del post anterior sobre la originalidad y los clichés.

En general, no puedo quejarme del nivel de los relatos. La mayoría, a mi juicio, estaban bastante bien escritos. A nivel puramente formal, creo que sólo hubo un par de ellos que me chirriaron, uno más que otro. Sin embargo, me sorprendió la abundancia de temáticas, digamos, típicas: la historia de una mujer a la que se le diagnostica un cáncer, los problemas de una madre soltera y su hija... No lo digo en tono despectivo, que conste. Más bien me preocupa, o me alucina, que unos chicos de 17-18 años puedan escribir relatos así. Porque tal vez haya uno que lo haga con verdadero conocimiento de causa (por una situación que haya vivido en sus carnes, que haya presenciado en su familia...), pero apostaría a que no es el caso de todos ellos. Y apostaría, también, a que muchos han elegido esas temáticas por considerarlas bien vistas, interesantes, adultas. No sé cómo explicarlo: todas esas historias nos pueden interesar, y desgraciadamente podríamos llegar a vivirlas. Pero yo con 17 años no pensaba en esas cosas. Y, es más, consideraba esas cosas como algo muy lejano, algo en lo que nunca tendría que pensar. O, al menos, no tendría que pensar hasta dentro de mucho tiempo.

Esto podría resultar contradictorio respecto al último post que escribí, sobre las historias agridulces. Pero ahí ya hice un matiz sobre lo que creo que caracteriza a los libros infantiles con temática más social: están escritos desde el punto de vista del niño, de ese niño que sufre la situación pero sin llegar a entenderla, sólo experimentando las consecuencias directas para él. En el caso de estos relatos, están escritos por jóvenes pero tratando de adoptar el punto de vista del adulto en esa situación. De ese adulto que ellos todavía no son, y que por lo tanto no puede juzgar la situación en condiciones.

Supongo que todo esto lleva al consabido tema de que, en general, a la gente le suele gustar las historias con moraleja, con conciencia social. Y eso no tiene por qué ser malo, pero se convierte en algo malo cuando alguien escribe sobre esos temas porque sabe que está bien visto, y además lo hace recurriendo a mil clichés.

El relato que yo valoré como mi favorito no es que esté libre de mensaje positivo. Habla de la violencia. De que la violencia nunca es un camino válido para llegar a nada. Pero transmite el mensaje de un modo innovador, de un modo crudo pero que extrañamente también resulta divertido, fresco. Y me da la impresión, aunque, claro, es algo que pienso yo y que puede perfectamente no ser así, de que su autor es de los pocos que ha escrito lo que ha querido. Que he empezado a escribir y ha sentido cómo fluía el texto, que no se ha preocupado sólo de que quede bonito, de agradar, de ser correcto. Para mí, es el único que se ha dejado la piel en el relato. Y ya digo que puedo estar equivocada, pero al menos es la sensación que me ha quedado.

Con todo esto no quiero decir que los otros participantes lo hayan hecho mal. Como he dicho, a nivel formal todos los relatos me han parecido bastante correctos, pero me dio cierta lástima no ser capaz de sentir lo mismo con los otros. No ser capaz de adivinar la esencia de los autores en ninguno de los otros casos. Y pongo la mano en el fuego a que todos aquellos que apostaron por una historia típica lo hicieron convencidos de que eso estaría bien visto y les daría puntos. Y lo peor es que, seguramente, en muchos concursos hubiese sucedido así.

Esto me lleva a algo que quería tocar, que es lo que yo llamo (así porque sí) la visceralidad de un texto. Eso que hace que, cuando lees algo, te enganche, te encante, no te deje indiferente. Creo que es algo que va más allá del aspecto literario del texto (y con esto no estoy ni mucho defendiendo el escribir mal!), más allá, incluso, de lo que te están contando. Más allá de su corrección, de si suena más bonito o menos, de si su historia es original o la has oído mil veces. Supongo que no digo nada nuevo porque todos habréis experimentado algo así.

Pero hoy ya no me extiendo más, que no tengo tiempo y tengo que ir cortando. Creo que ha salido un post terriblemente caótico! Si es así, disculpadme: la próxima vez intentaré tener la cabeza más en su sitio :)

viernes, 12 de junio de 2009

Típico, tópico y clicheniano

Mientras hacemos tiempo para que todos podamos comentar el texto de Azaria y continuar así con los demás participantes, os dejo aquí un post de “reflexión”, por llamarlo de algún modo.

A raíz de los comentarios realizados sobre los textos de la primera propuesta, se me ha ocurrido escribir acerca de los clichés literarios. Son un tema que nos preocupa. En especial, 47 ha remarcado bastante este “vicio” o “defecto” de algunos escritores. Y es cierto: los clichés, los tópicos, están ahí, y tal vez sea conveniente huir de ellos, no dejarse engatusar por frases que nos suenan bien por el simple hecho de haberlas leído una y otra vez.

Es algo así como esa persona que, al conocerla, nos choca por algún rasgo de su físico o de su carácter. Y al final, cuando hace mucho tiempo que la conocemos, nos pasa inadvertido. O decimos: “Pues a mí ya no me parece tan… X”. ¿Significa que ha dejado de ser o de tener lo que nos desagradó en un principio? Seguramente no. Pero nos hemos acostumbrado.

Por ello, el cliché y el tópico rozan la costumbre, y como todo lo rutinario y lo costumbrista, requiere de innovación para romperlo. Desgarrar los clichés, hacerlos añicos, es algo positivo para la evolución en todos los campos de la vida.

Pero la evolución siempre va en un sentido o en otro, y podemos elegir el camino incorrecto: no todas las formas de romper clichés mejoran el propio cliché. A veces, lo empeoran. Perdernos en metáforas complicadas y extrañas sólo para que nuestra escritura tenga un estilo propio, o para que nadie nos pueda acusar de típicos y tópicos, también hace mucho mal.

Cuando para describir una situación o un sentimiento no se nos ocurren más que metáforas manidas y requeteutilizadas, lo mejor es recurrir al lenguaje simple y sencillo, a la concreción, y olvidar el uso de metáforas. Ya llegará en otro punto del texto el momento de utilizar una que sea completamente nueva y sorprendente. Esto, la concreción y la metáfora ambas en su justa medida, equilibrarán nuestro texto.

Quiero decir que “los dientes como perlas” pueden ser simplemente “dientes blancos”, que "el sol que brillaba sobre sus cabellos" puede ser simplemente “atardecer”, y que unas “lágrimas que empiezan a surcar sus mejillas” pueden ser simplemente “echarse a llorar”. Es más, una mujer de dientes blancos que se echa a llorar al atardecer puede tener otros detalles igualmente concretos que llamen nuestra atención, y que nada tengan que ver con todo esto. A lo mejor tiene más sentido hablar de la cicatriz de su rodilla, o de la uña del dedo meñique extrañamente más larga que las demás. O de que llora ácido sulfúrico y se le desprende la retina.

Otra forma de romper clichés, huir de ellos, es, sencillamente, un cambio de enfoque. Pero lo que pasa en muchas ocasiones es que los usamos porque deseamos que el texto avance, porque lo que de verdad queremos decir, lo importante, está tres líneas más adelante, y mientras tanto metemos un poquito de paja que ni nosotros mismos sabemos qué pinta ahí. Seguramente, errores de principiante, siempre pulibles.

Bueno, este es mi punto de vista en este tema. Seguramente mucha gente no lo comparta, al menos en algunas consideraciones. Para eso estamos, para debatir.

Para acabar, recomiendo la lectura de este post de Sergio Parra:

Aunque considero (y que me disculpe) que mezcla un tanto la frase hecha con el cliché, y en eso no estoy muy de acuerdo. No es lo mismo. Una frase hecha, a veces, puede venirnos al pelo.