jueves, 25 de junio de 2009

Cucas

Hola a todos,

Como veréis, he eliminado el fragmento de mi historia. Lo hago porque, la verdad (y supongo que más de un@ pensará que soy una exagerada), no puedo evitar ser una paranoica en lo que respecta a colgar textos en Internet. No es que piense que todo lo que escribo es una maravilla, pero bastante cuesta ser original, o intentarlo, como para correr el riesgo de que alguien (y no me refiero a los colaboradores habituales: en vosotros lo cierto es que confio) pase por aquí, le guste mi idea y se la apropie. Además, es tanto más arriesgado si tenemos en cuenta que escribo con un alias, por lo que ni siquiera puedo probar que yo (yo real, la yo que hay detrás del alias) soy la autora.

El cuento sobre las cucas lo empecé a escribir en plan tonto, pero al final me está gustando y creo que podría convertirse en novela infantil. Y no me siento segura compartiendo algo que, en el futuro, tal vez quiera presentar a algún concurso. Disculpadme si esto os molesta: repito que en los colaboradores habituales confío, pero no sé cuántos lectores reales tiene este blog, y en Internet somos muchísima gente.

Gracias por los dos comentarios recibidos. Me halaga mucho que os haya gustado, y tomaré nota de los consejos de María. La próxima vez intentaré ser más precavida y pensarme mejor las cosas antes de hacerlas, o al menos estar segura de que cuelgo únicamente textos con los que no pretendo hacer nada importante en el futuro. O, directamente, pensar en hacer algo que deje clara mi autoría, como publicar a nombre descubierto, cosa que por ahora no estoy haciendo en Internet.

Disculpas de nuevo. Y a ver si renace la vida en este blog, que últimamente parece desértico!

Hasta luego.

sábado, 20 de junio de 2009

Vitamina R

Carmelo Mellado tenía la enfermedad de la crueldad. Se la diagnosticó el médico desde bien pequeño, y era debida a la carencia de la vitamina R. La familia entera dedicó grandes esfuerzos y muchísimo dinero a buscarla, pero a pesar del titánico esfuerzo jamás logró hallarla; ni en frutas, ni en verduras, ni en carnes, ni en pescados. Ni siquiera en la gran variedad de setas venenosas que recolectaron en los bosques y que probaron una a una, sin precaución. Causó esto último multitud de muertes en la familia por el mortal envenenamiento. Él, como estaba enfermo de crueldad, reía burlonamente y a carcajadas, revolcándose por el suelo de pura diversión, cada vez que veía a uno de los suyos ponerse lívido y con los labios morados, para después mover la boca como un pez en busca de aire y caer finalmente fulminado por una crisis de asfixia.

Pero a pesar de semejante contratiempo ningún pariente dejó de buscar la preciada vitamina R. Intentaban curar al enfermo antes de que procreara, y engendrara una generación de crueles como él, ajenos a la muerte y a la sangre. «Será una tragedia para la Humanidad», repetía en sueños la matriarca mellada.

Llegó un momento en el que murieron todos los miembros de la familia que aún recordaban el motivo de tan intensa búsqueda. Todos, excepto el propio enfermo, que no deseaba curarse. No obstante, las generaciones siguientes —llevando ya en su sangre el gen de la enfermedad— continuaron buscándola sin descanso como un valioso legado de su estirpe, aun sin saber siquiera para qué la querían. «Es la tradición. Y la tradición es la tradición. Y punto», decían siempre si alguien les cuestionaba.

Para cuando los descendientes venideros lograron hallar la vitamina R, muchos años después de la muerte de Carmelo, ya nadie sabía qué debían hacer con ella y la guardaron en un cajón del trastero.

De modo que el gran cacique Carmelo Mellado no se curó nunca. Procreó, y la familia se vio infestada para siempre por una crueldad irreparable por la que sería conocida y temida en toda la comarca. Tuvo razón la matriarca mellada cuando hablaba en sueños, y la extraña enfermedad se extendió y se diluyó por el pueblo entero, agazapada siempre como una bestia al acecho, sin que nadie diera razón del porqué de semejante ferocidad.

martes, 16 de junio de 2009

Lo (políticamente) correcto

Hola a todos! Después de varios días un poco inactiva por el blog (tengo mucho trabajo estos días, también voy a tope con mi novela, que está llegando a su fin; y por si fuera poco, el calor me deja hecha polvo), decido pasarme por aquí para dar señales de vida.

Hace poco tuve la oportunidad de participar como jurado en un premio de narrativa organizado por un centro educativo. Y permitid que guarde el secreto sobre cuál: yo no formo parte de la organización del mismo y no me gustaría hablar de ello sin contar con su permiso. El caso es que me ha encantado la experiencia: tuve que valorar una serie de relatos escritos por chicos y chicas de unos 17-18 años. La temática era libre.

Estoy contenta porque, de los dos relatos que valoré mejor, uno de ellos ha sido el ganador y el otro ha recibido el segundo premio. Eso sí, en orden inverso: el que ha quedado segundo es el que yo valoré como el mejor. Pero en cualquier caso, eran mis dos favoritos y al final han quedado ganadores (porque para mí son ganadores ambos), y me alegra mucho.

Lo que quería comentaros es una cosa que me llamó mucho la atención de casi todos los relatos que leí, y es la obsesión que se observa últimamente por tocar temas muy bien vistos. Temas que sabes que, si los tocas, todo el mundo pensará que eres una persona sensible y concienciada con la situación del mundo, con los problemas de nuestra sociedad. Y se me ha ocurrido comentarlo a raíz del post anterior sobre la originalidad y los clichés.

En general, no puedo quejarme del nivel de los relatos. La mayoría, a mi juicio, estaban bastante bien escritos. A nivel puramente formal, creo que sólo hubo un par de ellos que me chirriaron, uno más que otro. Sin embargo, me sorprendió la abundancia de temáticas, digamos, típicas: la historia de una mujer a la que se le diagnostica un cáncer, los problemas de una madre soltera y su hija... No lo digo en tono despectivo, que conste. Más bien me preocupa, o me alucina, que unos chicos de 17-18 años puedan escribir relatos así. Porque tal vez haya uno que lo haga con verdadero conocimiento de causa (por una situación que haya vivido en sus carnes, que haya presenciado en su familia...), pero apostaría a que no es el caso de todos ellos. Y apostaría, también, a que muchos han elegido esas temáticas por considerarlas bien vistas, interesantes, adultas. No sé cómo explicarlo: todas esas historias nos pueden interesar, y desgraciadamente podríamos llegar a vivirlas. Pero yo con 17 años no pensaba en esas cosas. Y, es más, consideraba esas cosas como algo muy lejano, algo en lo que nunca tendría que pensar. O, al menos, no tendría que pensar hasta dentro de mucho tiempo.

Esto podría resultar contradictorio respecto al último post que escribí, sobre las historias agridulces. Pero ahí ya hice un matiz sobre lo que creo que caracteriza a los libros infantiles con temática más social: están escritos desde el punto de vista del niño, de ese niño que sufre la situación pero sin llegar a entenderla, sólo experimentando las consecuencias directas para él. En el caso de estos relatos, están escritos por jóvenes pero tratando de adoptar el punto de vista del adulto en esa situación. De ese adulto que ellos todavía no son, y que por lo tanto no puede juzgar la situación en condiciones.

Supongo que todo esto lleva al consabido tema de que, en general, a la gente le suele gustar las historias con moraleja, con conciencia social. Y eso no tiene por qué ser malo, pero se convierte en algo malo cuando alguien escribe sobre esos temas porque sabe que está bien visto, y además lo hace recurriendo a mil clichés.

El relato que yo valoré como mi favorito no es que esté libre de mensaje positivo. Habla de la violencia. De que la violencia nunca es un camino válido para llegar a nada. Pero transmite el mensaje de un modo innovador, de un modo crudo pero que extrañamente también resulta divertido, fresco. Y me da la impresión, aunque, claro, es algo que pienso yo y que puede perfectamente no ser así, de que su autor es de los pocos que ha escrito lo que ha querido. Que he empezado a escribir y ha sentido cómo fluía el texto, que no se ha preocupado sólo de que quede bonito, de agradar, de ser correcto. Para mí, es el único que se ha dejado la piel en el relato. Y ya digo que puedo estar equivocada, pero al menos es la sensación que me ha quedado.

Con todo esto no quiero decir que los otros participantes lo hayan hecho mal. Como he dicho, a nivel formal todos los relatos me han parecido bastante correctos, pero me dio cierta lástima no ser capaz de sentir lo mismo con los otros. No ser capaz de adivinar la esencia de los autores en ninguno de los otros casos. Y pongo la mano en el fuego a que todos aquellos que apostaron por una historia típica lo hicieron convencidos de que eso estaría bien visto y les daría puntos. Y lo peor es que, seguramente, en muchos concursos hubiese sucedido así.

Esto me lleva a algo que quería tocar, que es lo que yo llamo (así porque sí) la visceralidad de un texto. Eso que hace que, cuando lees algo, te enganche, te encante, no te deje indiferente. Creo que es algo que va más allá del aspecto literario del texto (y con esto no estoy ni mucho defendiendo el escribir mal!), más allá, incluso, de lo que te están contando. Más allá de su corrección, de si suena más bonito o menos, de si su historia es original o la has oído mil veces. Supongo que no digo nada nuevo porque todos habréis experimentado algo así.

Pero hoy ya no me extiendo más, que no tengo tiempo y tengo que ir cortando. Creo que ha salido un post terriblemente caótico! Si es así, disculpadme: la próxima vez intentaré tener la cabeza más en su sitio :)

viernes, 12 de junio de 2009

Típico, tópico y clicheniano

Mientras hacemos tiempo para que todos podamos comentar el texto de Azaria y continuar así con los demás participantes, os dejo aquí un post de “reflexión”, por llamarlo de algún modo.

A raíz de los comentarios realizados sobre los textos de la primera propuesta, se me ha ocurrido escribir acerca de los clichés literarios. Son un tema que nos preocupa. En especial, 47 ha remarcado bastante este “vicio” o “defecto” de algunos escritores. Y es cierto: los clichés, los tópicos, están ahí, y tal vez sea conveniente huir de ellos, no dejarse engatusar por frases que nos suenan bien por el simple hecho de haberlas leído una y otra vez.

Es algo así como esa persona que, al conocerla, nos choca por algún rasgo de su físico o de su carácter. Y al final, cuando hace mucho tiempo que la conocemos, nos pasa inadvertido. O decimos: “Pues a mí ya no me parece tan… X”. ¿Significa que ha dejado de ser o de tener lo que nos desagradó en un principio? Seguramente no. Pero nos hemos acostumbrado.

Por ello, el cliché y el tópico rozan la costumbre, y como todo lo rutinario y lo costumbrista, requiere de innovación para romperlo. Desgarrar los clichés, hacerlos añicos, es algo positivo para la evolución en todos los campos de la vida.

Pero la evolución siempre va en un sentido o en otro, y podemos elegir el camino incorrecto: no todas las formas de romper clichés mejoran el propio cliché. A veces, lo empeoran. Perdernos en metáforas complicadas y extrañas sólo para que nuestra escritura tenga un estilo propio, o para que nadie nos pueda acusar de típicos y tópicos, también hace mucho mal.

Cuando para describir una situación o un sentimiento no se nos ocurren más que metáforas manidas y requeteutilizadas, lo mejor es recurrir al lenguaje simple y sencillo, a la concreción, y olvidar el uso de metáforas. Ya llegará en otro punto del texto el momento de utilizar una que sea completamente nueva y sorprendente. Esto, la concreción y la metáfora ambas en su justa medida, equilibrarán nuestro texto.

Quiero decir que “los dientes como perlas” pueden ser simplemente “dientes blancos”, que "el sol que brillaba sobre sus cabellos" puede ser simplemente “atardecer”, y que unas “lágrimas que empiezan a surcar sus mejillas” pueden ser simplemente “echarse a llorar”. Es más, una mujer de dientes blancos que se echa a llorar al atardecer puede tener otros detalles igualmente concretos que llamen nuestra atención, y que nada tengan que ver con todo esto. A lo mejor tiene más sentido hablar de la cicatriz de su rodilla, o de la uña del dedo meñique extrañamente más larga que las demás. O de que llora ácido sulfúrico y se le desprende la retina.

Otra forma de romper clichés, huir de ellos, es, sencillamente, un cambio de enfoque. Pero lo que pasa en muchas ocasiones es que los usamos porque deseamos que el texto avance, porque lo que de verdad queremos decir, lo importante, está tres líneas más adelante, y mientras tanto metemos un poquito de paja que ni nosotros mismos sabemos qué pinta ahí. Seguramente, errores de principiante, siempre pulibles.

Bueno, este es mi punto de vista en este tema. Seguramente mucha gente no lo comparta, al menos en algunas consideraciones. Para eso estamos, para debatir.

Para acabar, recomiendo la lectura de este post de Sergio Parra:

Aunque considero (y que me disculpe) que mezcla un tanto la frase hecha con el cliché, y en eso no estoy muy de acuerdo. No es lo mismo. Una frase hecha, a veces, puede venirnos al pelo.

miércoles, 10 de junio de 2009

DUENDES A LA CAZA...

“Para envenenar a un duende, se mezclan en un caldero, a fuego lento, los siguientes ingredientes:
-Una cola de lagarto recién cortada.
-100 gramos de ancas de rana verrugosa.
-Una pizca de momia egipcia, en polvo, traída del lejano desierto de Guizá.
-La uña del dedo gordo de la mano derecha de una bruja malvada, que la haya dejado caer por casualidad, cuando se estaba haciendo la manicura.
-Y por último, y no por ello menos importante, el sueño de un niño enfermo, a media noche, alcanzado por un cazasueños y macerado en un bote hermético, por lo menos durante un año y medio.

Importante: es primordial, que la mezcla hierva, la primera noche de cuarto menguante”.

Roberto se leyó la receta una y otra vez. Nunca lo hubiera imaginado. Pero, la idea de tener su casa infestada de duendes, lo alteraba. Y eso que tenía a gala, que nada conseguía que su remolino engominado se despeinara. Sin embargo, no podía dejar de pensar en ellos. En que pudieran aparecer por cada esquina y quitarle los calcetines, las tijeras o la comida de la despensa.
Desde que sus hijos le habían confesado la verdad y él había comprobado que tenían razón, estaba decidido. Tenía que conseguirlo. No parar, hasta encontrar ese veneno infalible que si no acabara con ellos, al menos, los hiciera emigrar.
El bebedizo que proponía la receta debía ser efectivo y veraz, pues había tardado días en encontrarlo, en un viejo libro de la abuela, pero, ¿quién era capaz de encontrar a una bruja desprevenida, y más aún, haciéndose la manicura?. Y luego, ¿cómo hacer que los duendes lo bebieran así por curiosidad?. Seguro que estaba malísimo y lo tirarían al primer sorbo.

Era una locura. Casi tan grande, como que el vecino de al lado hubiera denunciado a sus hijos por las travesuras que estaban haciendo. Ahora sabía que no había más culpables que los malditos duendes que habitaban su casa últimamente.
Le estaría bien empleado, a ese narizotas, por ejemplo, el probar de su propia medicina, y sufrir en su casa la invasión de duendes que habitaba la suya.
Repitió esa idea en su mente.
Esa era la solución, ni bebedizo ni pócima mágica imposible de cocinar. Con convencer a sus enemigos de emigrar a tierras extranjeras, cruzando la verja del jardín, problema resuelto. Su vecino aprendería entonces lo que vale un peine, vaya que sí...

jueves, 4 de junio de 2009

PROPUESTA DE EJERCICIO

Un comienzo original

He estado buscando una excusa para poder colgar el que será mi primer post en este blog y, dicho sea de paso, en todos los blogs la inmensa inmensidad de Internet.

Bueno, por fin la he encontrado.

Al hilo de los últimos comentarios de Azaria y Enrique sobre la originalidad, se me ocurre un ejercicio breve y sencillo con el que a lo mejor podría arrancar el taller propiamente dicho. Ya veremos.

Ya que los principios de este blog fueron francamente originales, podríamos empezar así: proponiendo el principio de un texto que creamos que es tan original, tan atrayente y llamativo que tenemos asegurado que el lector seguirá adelante, por lo menos hasta dar la vuelta a la hoja.

Las reglas serían, pues:

-Un comienzo muy breve (entre 1 y 3 frases, más o menos).
-Vale cualquier género.
-No se trata de crear un texto cerrado y primoroso, sino abierto y llamativo, que nos deje con ganas de más. En una palabra, ORIGINAL.
-Se puede colgar anónimamente.
-No me atrevo a poner un plazo, pero yo diría tres días máximo.

Creo que un texto tan corto tiene ventajas importantes: 1) no nos lleva mucho tiempo escribirlo, 2) los demás lo pueden criticar sin miedo ya que no estamos echando por tierra una historia entera, 3) a lo mejor incluso nos vale algo de lo que escribimos alguna vez y no supimos cómo continuar.

En fin, si alguien acepta el reto, bien, y si no pasamos a lo siguiente. Para animaros, os pongo tres comienzos llamativos (y bastante famosos) de literatura ¿infantil?:

1- Todos los niños crecen, excepto uno.

2- Desde luego hay una cosa de la que estamos bien seguros y es que el pequeño gato blanco no tuvo absolutamente nada que ver con todo este enredo.

3- Querido lector: lamento decir que el libro que en este momento tienes entre las manos es extremadamente desagradable.

Suerte.

PD. Algo nuevo que me ha surgido en cuanto habéis empezado a colgar los relatos: Creo que lo mejor será empezar a comentarlos cuando calculemos que más o menos todos hemos colgado el nuestro (eso no quita que podamos hacer un pequeño apunte previo o decir "qué gracioso" o "qué terrorífico"). Aquí voy actualizando los cuentos para que los podáis comparar con tranquilidad:

A) La piel finísima hizo de Lucita una niña transparente. El verde azulado de sus venas recorría su cuerpo a vista de todos como las ramas de un árbol sanguíneo, y Ricardo tenía la idea fija de que brillaba en la oscuridad. (Anónimo)
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B) "Así que, recordadlo siempre: No todas las cucarachas tienen que dar asco". Las palabras resonaban en su mente, a pesar de que sabía que tal vez no volvería a escucharlas jamás. (Anónimo)
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C) Carmelo Mellado tenía la enfermedad de la crueldad, debida a la carencia de la vitamina R. (Anónimo)
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D) La idea de tener su casa infectada de duendes, que pudieran aparecer por cada esquina, y quitarle los calcetines, las tijeras y la comida de la despensa, impulsó a su padre, ya de por sí cocinillas, a inventar un veneno infalible que si no acabara con ellos, al menos, los hiciera emigrar a la casa de al lado, a fastidiar al pesado de su vecino (Azaria)
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E) Él, apuró en un instante hasta el último suspiro de su cigarrillo. La piel del mismo quedó en contacto con su uña amarillenta, carcomida por el voraz aliento de su enemigo más querido.
-Mañana te venceré, maldito hijo de puta pero hoy quiero volver a disfrutar de tu pestilente alma (Enrique).
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F) Cuando ella se sentaba todos las noches frente al espejo se sonreía, pensando en que su proyecto de futuro se cumplía día a día. Hacía cincuenta años que juró ante dios que lo amaría hasta que la muerte los separara. Entonces Sara le daba un beso a su marido, y después se dormía con el propósito de ir a por otros cuantos años más (Anabel).
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G) Sophie se echó a la espalda su saco de postales, se echó a la calle, y se echó a temblar. Y es que cazar a un monstruo nunca resulta fácil. Pero si el monstruo en cuestión tiene once dientes puntiagudos y vive dentro de un buzón de correos, entonces la cosa se pone realmente peligrosa (Anónimo).
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H) Estaba escribiendo mis cosas de mayores, en mi pequeño ordenador portátil, cuando, sin que acertara yo a adivinar cómo habían entrado ahí, vi aparecer en mi salón a dos niños pequeños llenos de hollín y con los ojos como platos. Habían entrado, no por la puerta, llamando al timbre, como todo el mundo, sino cayendo de culo, por la chimenea, con los trajes sucios, la cara llena de churretes y con los pelos tiesos (Anónimo).

martes, 2 de junio de 2009

Cuentos agridulces para niños melancólicos...

Hola a todos!

Estoy leyendo A la izquierda de la escalera, de Maria Halasi. No tenía ni la menor idea de que tenía ese libro en mi casa, pero resulta que mi chico se trajo unos cuantos libros de cuando era peque y me lo encontré en la estantería :) Me está gustando mucho, pero sobretodo me ha hecho reflexionar bastante sobre el tipo de libros que leíamos los de mi quinta cuando éramos pequeños (nací en el 83, para que os hagáis una idea...).

El libro, publicado si no me equivoco en el 87, aunque es anterior (la autora ya había fallecido cuando SM lo publicó) cuenta la historia de Susi, una niña de diez años que vive sola con su madre. El padre las abandonó y la madre tiene que trabajar de sol a sol para poder mantenerla, y la niña pasa mucho tiempo sola. La verdad es que es una historia bastante triste (por ahora, imagino que se irá arreglando conforme me acerque al final :P), y me ha hecho pensar en la que tal vez sea la más alta representante de las historias agridulces para niños, Maria Gripe. Recordando todo lo que leí de niña de Maria Gripe (y eso que me quedan varios por leer, que por cierto quiero conseguir para poder hacerlo), no he podido evitar alucinar con cómo disfrutaba con esas historias tan raras, grises y bastante tristes, protagonizadas casi todas por niños solitarios casi siempre bastante ignorados por sus padres o familia en general. O completamente abandonados, como es el caso de Loella en La hija del espantapájaros.

Esto me ha hecho pensar en que realmente a los niños tal vez les guste leer sobre cosas reales o cotidianas, o al menos así era hace unos años. Supongo que por culpa de este tipo de libros es por lo que nunca he sido muy aficionada a la fantasía. Me refiero a la fantasía pura y dura, ésa de mundos alternativos de luz y de color, por decirlo de modo resumido y radical. Porque creo que demasiada fantasía puede crearle al niño una visión demasiado lejana respecto a lo que es la realidad, y evadirse es algo que está bien, pero en su justa medida. O así lo veo yo. En mi caso, cuando escribo fantasía, siempre lo hago incluyéndola en un contexto de realidad pura y dura, y ésa es también la fantasía que me gusta leer. Sin embargo, tampoco me gusta, especialmente si hablamos de literatura para niños, que la realidad sea demasiado cruda. Veo cierta tendencia a querer concienciar a veces a los niños de una realidad que les queda muy lejos. No creo que un niño pequeño deba crecer leyendo sobre desempleo, inmigración o guerras. Ya aprenderá de todos esos asuntos más adelante, sobretodo porque no le quedará más remedio.

Pero lo que en realidad quiero decir es que me maravilla cómo la literatura como la de Maria Gripe, y en este caso concreto, también la de Maria Halasi, que encuentro que es muy parecida, crea un equilibrio perfecto entre la realidad y el ambiente de cuento clásico. Porque habla de problemas reales, como son las familias desestructuradas, por ejemplo, pero lo hace en todo momento desde la óptica de un niño, no desde la óptica de verdadero problema social. En A la izquierda de la escalera se ve claramente que Susi sufre por la situación de su madre, pero no porque su madre, la pobre, trabaje más horas que un reloj y para colmo haya sido abandonada por su marido, sino simple y llanamente porque no tiene tiempo de hacerle caso, cocinar para ella y escuchar sus historias de la escuela. De algún modo, se tratan los problemas de forma que sí resultan muy cercanos a los niños, a todo tipo de niños, incluidos todos aquellos que jamás, por suerte para ellos, vayan a conocer situaciones parecidas.

Además, sí contienen, o así lo veo yo, una cierta porción de fantasía. Porque siempre acaban bien, y las situaciones se arreglan de una manera que jamás se daría en la vida real. En la vida real, los problemas están ahí y a veces se solucionan, pero muchas veces no. Sin embargo, el hecho de combinar una situación muy amarga con un final esperanzador les da a estas historias un rollo de cuento de hadas que me parece adorable, por no decir totalmente adictivo, porque de pequeña acababa alucinando con ese tipo de libros aunque las dos primeras páginas nunca fuesen muy divertidas :)

En fin, todo esto viene, básicamente, a que leer este libro me está despertando una nostalgia inmensa hacia libros que leí de peque y que tenía casi olvidados. Pero aparte de eso quería crear un poco de debate. ¿Qué opináis de las historias agridulces? ¿Os gustaban de peques?

Y os dejo ya, que ando mal de tiempo (como siempre!). Hasta luego!