miércoles, 30 de septiembre de 2009

La Emperatriz de los Etéreos - Ejercicio

Me he tomado la libertad de coger el inicio de un libro de Laura Gallego, "La Emperatriz de los Etéreos" (me lo compré ayer porque, aunque me apetecía mucho, aún no había leído nada de esta autora. Tiene muy buena pinta, hay mucho que aprender de ella) y lo he alterado para empeorarlo. La idea es hacer un ejercicio (¡no vale mirar el inicio verdadero!), donde cada uno diga qué es lo que no le gusta, por qué no suena bien y proponga una alternativa de mejora, para comparalo luego con el texto real. ¿Qué os parece? Aquí va el texto modificado:

"Mucho más allá de los Montes de Hielo y de la Ciudad de Cristal, cuentan que habita la Emperatriz en su deslumbrante palacio, que es inmenso, tan grande y bello que sus torres más altas rozan las nubes y a la vez tan delicado que parece creado con gotitas de lluvia que han ido cayendo, una tras otra, hasta formar una gran maravilla de la arquitectura de nuestro tiempo. También dicen —son rumores y rumores que hacen eco en la noche por las paredes de roca— que la Emperatriz es bella, bellísima, y que nadie puede mirarla a la cara sin volverse completamente majara y revolverse por el suelo de pura locura; dicen también que lleva miles de años viviendo en su palacio y que es inmortal, vive en el Reino Etéreo, el cual es un lugar de maravilla y misterio que acoge a todos los valientes que son lo bastante osados como para aventurarse hasta allí. Allí, en el palacio de gotas de lluvia de la Emperatriz, no existe el sufrimiento, ni el dolor, ni la angustia, ni se pasa frío, ni hambre, y no es necesario comer, porque nunca se tiene hambre…"


Edito:


Como ya María ha dado con la mayor parte -si no todos- los errores que introduje intencionadamente en el texto, creo que ya puedo poner el texto original de Laura Gallego. Aquí os lo dejo:

"Cuentan que, más allá de los Montes de Hielo, más allá de la Ciudad de Cristal, habita la Emperatriz en un deslumbrante palacio, tan grande que sus torres más altas rozan las nubes, y tan delicado que parece creado con gotas de lluvia. Dicen que la Emperatriz es tan bella que nadie puede mirarla a la cara sin perder la razón; dicen también que es inmortal y que lleva miles de años viviendo en su palacio, en el Reino Etéreo, un lugar de maravilla y misterio que aguarda a todos los que son los bastante osados como para aventurarse hasta él. Allí, en el palacio de la Emperatriz, no existe el sufrimiento, ni se pasa frío, y no es necesario comer, porque nunca se tiene hambre…"

lunes, 28 de septiembre de 2009

Confucio

Dijo Confucio: “"Nuestra mayor gloria no está en no caer jamás, sino en levantarnos cada vez que caigamos". No es que suela leer a este filósofo, sino que llego a él a través del logo de Google que hoy conmemora su nacimiento, el 28 de septiembre del 551 a.C. He ojeado un poco sus principales filosofías y algunas de las frases que pronunció, y me sorprende comprobar que las palabras dichas de forma correcta y en su justa medida son aplicables a multitud de épocas, tendencias políticas, países y sociedades. Las palabras, en muchas ocasiones, pueden rebasar las barreras que el hombre impone, barreras humanas y, por tanto, en muchos casos artificiales o artificiosas. No hay fronteras, tiempo, balas (como dice Fito y siempre recuerdo: “Menos mal que con los rifles no se matan las palabras”), Estados, gobernantes, sangres o guerras, que puedan detener unas palabras certeras que, una vez pronunciadas, corren de boca en boca y de conciencia en conciencia más deprisa que la pólvora. Prueba de ello es esta frase que me ha llamado la atención. Feliz cumpleaños, pues, a Confucio y a sus pensamientos. En su honor, levantad siempre después de caer.

martes, 22 de septiembre de 2009

Para no lectores

Leo en El Cultural un artículo de Ignacio Echevarría titulado Para no lectores (dentro del comentario de La literatura como bluff, "panfleto publicado por Julien Gracq en 1950 que la editorial Nortesur ha tenido la excelente iniciativa de recuperar"). Me estremezco levemente ante su lectura, porque las verdades como puños golpean con fuerza los cimientos de la conciencia. En este artículo, el autor destripa un fenómeno, una especie de enfermedad degenerativa que tiene a bien destrozar lo que había sido, hasta ahora, la literatura.
El regusto que me ha dejado en la boca su lectura es que queda literatura, es cierto, pero en la sombra. Para acceder a la auténtica y verdadera hay que apartar antes montañas de libros que saltan y gritan diciendo: “¡A mí! ¡A mí! ¡Cógeme a mí!” (o mejor: “¡Cómprame a mí!”). Y a veces, nos guste o no, la tentación de elegir a uno de esos pequeños libros huérfanos que nos grita es intensa, aunque después resulte ser un fiasco. ¿Acaso alguna vez se parece el contenido de los envases de comida preparada a la foto mostrada en el exterior? Aunque en los libros siempre se puede aducir que se trata de algo subjetivo, que la mayor o menor calidad de su contenido es una opinión personal, mientras que no es opinión, sino hecho, que una hamburguesa de lata no se asemeje ni de lejos a su modelo en dos dimensiones.
Pero lo que sorprende esencialmente del artículo es constatar que, por lo que parece, no se trata, como pensamos, de un problema de nuestro tiempo. Según escribe Echevarría, “el efecto de transformación acelerada, de inminente derrumbamiento, de liquidación que suelen producir la industria y el mundo del libro y, más generalmente, la institución literaria, tiende a relativizarse cuando se leen textos clásicos […]”.

Y a pesar de esta sorpresa, la frase que más me ha llamado la atención en este artículo, y que he subrayado con rotulador fluorescente y me ha hecho meditar largamente sobre su contenido es la siguiente: “El caso es que la presión de ese público que no lee ha terminado por promover toda una literatura orientada a congraciarse con él, aun al precio de disolver lo literario en una gama cada vez más amplia y variada de sucedáneos”. Y ahí sí que me doy cuenta de que estoy de acuerdo con ello. Se busca, en muchos casos, escribir libros “sencillos” que puedan atrapar a lectores poco avezados. ¿Tiene acaso sentido? ¿Es el escribir para niños y jóvenes escribir para lectores no lectores? Muchos niños son mejores lectores que la mayoría de adultos. No pretendamos escribir libros para niños que no leen, o tener la presuntuosa intención de lograr que un no lector se convierta en lector con nuestros libros. Escribamos para lectores, lectores de verdad, y que cada cual se suba al tren de la lectura si le interesa. Es, posiblemente, una de las formas de ensalzar la “buena literatura”.

Sin embargo, aún estando de acuerdo con las aseveraciones de Ignacio Echevarría, no puedo evitar preguntarme si los “malos libros”, o si la “mala literatura” existe desde siempre por una simple razón: porque no son más que los inicios de los grandes escritores, de sus intentos de aprender y perfeccionarse, y que dicha literatura es simplemente el preludio de la buena y gran literatura, la memorable y artística. Tal vez, siempre habrá “mala literatura”, porque por suerte siempre habrá escritores noveles buscando el camino señero y luminoso de los grandes escritores.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Soy diferente, como todo el mundo

Bueno, pues después de una larga ausencia, aquí estoy para retomar un poco mi actividad en el blog :)

Quiero hablaros de la, al menos para mí, absurda tendencia que se está observando últimamente de poner de moda lo raro. Cuando digo raro quiero decir oscuro, extraño, siniestro.

Yo, de adolescente, fui la típica chica siniestra, adoradora de grupos oscuros y de películas como Jóvenes Ocultos. Ahora, mucho tiempo después, mis gustos siguen yendo por el mismo camino, con la única diferencia de que ya no le doy tanta importancia al aspecto estético (visto como quiero y ya está, sin considerar una norma inquebrantable ir de negro todos los días o con las uñas pintadas del mismo color), ni soy tan radical. Puedo reconocer que no toda la música que me gusta es siniestra sin sentir que estoy traicionando al Gran Dios Oscuro o algo así. En definitiva, siempre he sido y sigo siendo bastante, digamos, gótica. Y lo digo sólo para que os hagáis una idea: ahora mismo ya no me gusta catalogarme como nada. Soy yo, con mis muchos matices, y ya está.

Cuando iba al instituto todo el mundo me miraba raro. Y con 15 ó 16 años fui la única en mi clase que llevaba tatuajes, piercings en lugares poco comunes y vestía botas New Rock.

Ahora, sin embargo, todo eso está de moda. Está de moda ser oscurito, ir de depresivo por la vida. Ser emo, que es un término que ha salido de la nada y que no sé qué significa, pero que se me antoja algo así como ser siniestro pero en plan light, porque no escuchan música más oscura y, en general, parecen quedarse más en lo estético (aunque la mayor parte de los góticos también son así, pero eso ya es otra cuestión...).

Está de moda leer libros de vampiros, adorar a Tim Burton, tener toneladas de merchandising de Pesadilla Antes de Navidad y ponerse mucho lápiz de ojos negro. Y ahora nadie ve raro llevar el pelo teñido de colores extravagantes o llevar muchísimos piercings y tatuajes.

Ahora resulta que SM comienza a publicar novelas de Emily The Strange, y, no voy a negarlo, me parece maravilloso. Porque creo que ahora tal vez sí tenga alguna posibilidad de publicar con ellos. Porque, me guste o no, mis obras siempre tienen algo (mucho o poco..., normalmente mucho) de oscuro, y mis personajes casi siempre suelen ser un poquito tortuosos. Y que ahora todo eso esté de moda me abre puertas. Pero no puedo dejar, al mismo tiempo, de considerar todo esto absurdo.

Es como si, de algún modo, de un tiempo a esta parte se quisiese desmitificar todo lo oscuro a base de ponerlo de moda. Y no es que yo vaya de elitista o considere que mis gustos deben ser sólo míos. Pero creo que la tendencia a lo oscuro es algo que se debe llevar dentro, no se puede crear artificialmente. Además, en cuanto conviertes algo teóricamente extraño y transgresor en una gran maniobra de marketing, en un producto para el gran público, creo que pierde todo lo que pueda tener de extraño y transgresor. No sé si me explico. Emily The Strange es una chica rara, hosca, antipática, oscura, insociable. Me parece absurdo que un personaje de semejantes características haya de convertirse en un modelo a seguir para las niñas de doce años. Y no porque ser así esté mal. Sino porque tú eres así o no lo eres, pero no puedes forzarlo. Ahora un montón de niñas que jamás en su vida se han sentido atraídas por el mundo oscurillo comenzarán a devorar esas novelas y de golpe querrán vestir de negro y autoimponerse una actitud de estoy de vuelta de todo, estoy al margen, soy rara. ¡Pero no puedes ser rara cuando lo que haces es ceder a una maniora de marketing! ¿Cómo vas a estar al margen si haces lo mismo que trillones de niñas de tu edad, porque es lo que se lleva?

En fin, he mencionado a Emily como ejemplo, pero igual me servirían las tropecientas mil sagas de novelas de vampiros que salen de la nada como setas, o el modo en que las revistas de adolescentes de repente adoran a grupos como HIM, que en mis tiempos no hubiesen salido jamás en un póster central de ninguna revista.

Y lo que más me molesta de todo es que, para variar, todo parece quedarse en la superficie. No me molestaría que se pusiese de moda lo oscuro si al menos se ahondase más en el aspecto cultural. No se les recomienda a las niñas que lean a Lovecraft, o a Edgar Allan Poe, o a Bram Stoker, por citar a algunos clásicos de la literatura oscura. No se les recomienda que escuchen a grupos legendarios como The Cure (por nombrar, tal vez, al más conocido), ni que vean películas de Vincent Price, por ejemplo. No, se les recomienda que lean novelas de vampiros que son algo así como novelas románticas de toda la vida pero con un tipo con colmillos de por medio. Se les recomienda que escuchen a grupos como Green Day, que existen desde hace siglos y nunca han sido siniestros, pero ahora les ha dado por vestir de negro y llevar mucho lápiz de ojos. Se les recomienda, en definitiva, una actitud de falsa rebeldía, de tristeza autoimpuesta, de sentirse transgresor cuando lo único que hacen es seguir una moda.

No sé, no puedo evitar pensar que cada vez tendemos más a convertirlo todo en una moda, en algo impuesto. En algo que ya no sale de dentro, sino que se pone de moda o no, y se lleva durante una temporada para quedar luego enterrado en el olvido.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Estudiar al contrincante

A la XXX edición del Premio Barco de Vapor presenté una obra que había entusiasmado a todos los que la habían leído. La envié con grandes esperanzas, ilusionada, pues a mí también me entusiasmaba (y aún lo hace), creyendo que realmente tenía posibilidades de ganar, o, al menos, de gustar hasta el punto de que en la editorial me consideraran merecedora de la publicación.

Pequé de ingenua. Mi obra imaginativa y bien trabajada —puntos mejorables a parte, que los tiene— no tenía posibilidad alguna. ¿Por qué? Muy sencillo: yo no me había leído, aún, Calvina, el libro ganador de la edición anterior. Craso error. Cuando al fin lo hice, hace ya algunos meses, comprendí que mi libro no podía ganar después de que Calvina se alzara con el galardón.

No es que ambas obras versaran sobre lo mismo ni se parecieran sus argumentos, pero sí que tenían ciertos puntos coincidentes o, al menos, ciertas ideas y planteamientos que me hicieron rechinar los dientes. Me quedé con ganas de darme cabezazos contra la pared. Estos posibles puntos de coincidencia estaban tratados de un modo radicalmente distinto, originales ambos a su modo (Calvina es un libro muy recomendable para todas las edades). Pero a pesar de ser distintos, estoy segura de que mi obra era papel para reciclar desde el principio por culpa de esto. Tal vez quien la leyera creyó que me había inspirado en la ganadora anterior, y pensó: “¡Qué desfachatez! Se inspira en una obra ya ganadora, y, para colmo, la inmediatamente anterior”. Por eso digo que pequé de ingenua. Me presenté a un concurso sin haber evaluado sus precedentes. De haber leído Calvina antes de remitir mi libro habría comprendido que no era conveniente su envío, ni muchos menos depositar esperanzas en una obra condenada (con razón) a la más absoluta desconsideración por parte de lectores o jurado.

Como moraleja a toda esta historia: intentad leer a los ganadores de ediciones anteriores antes de presentar vuestra obra a un concurso. Es lo mínimo que podemos hacer para saber a qué atenernos y no quedarnos con cara de tontos, lamentando que nuestra obra haya estado perdiendo el tiempo en lugar de estar probando suerte en otro concurso donde quizás tenía más posibilidades.

De nada sirve un buen gancho de derecha si lo asestamos al aire.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Educación del Alma Humana

Cuando era pequeña era de esas niñas insoportables que todo lo preguntan. Preguntaba por el color del cielo, por las nubes, por el comportamiento de las personas… en fin, por todas esas cosas que forman parte del MUNDO, y que a veces olvidamos. Preguntar, preguntar, preguntar. No sólo echaba mis interrogantes al aire y punto: también quedaba esperando con muchísima atención la respuesta, y después la rumiaba a la sombra, detenidamente. Esto me otorgó suficiente experiencia como para entender, más temprano que tarde, que las preguntas, muchas veces, molestan. Y no sólo molestan por tener a un pequeño lorito importunando constantemente cuando la película está más interesante, sino porque a las personas les incomoda sentirse ignorantes. No saber la respuesta a la pregunta de un enano de cuatro años pone —y perdonad la expresión— de muy mala leche.

No fue distinto en la etapa escolar. Recuerdo una ocasión, en la guardería (no sé cómo recuerdo eso porque era muy pequeña, pero está grabado ahí, sobre todo la sensación de “noentenderporqué”) en que la cuidadora nos estaba contando el cuento de las judías mágicas. Yo la interrumpí con una pregunta de carácter lógico. Bastante irónico si consideramos que ahora me apasiona la literatura surrelista, pero bueno, así fue. Le pregunté acerca de algo que ocurría en el cuento y carecía de sentido. Su reacción fue muy rara. Me puso de cara a la pared, de rodillas, con los brazos en cruz y con varios libros sobre la palma de cada mano. Ahí me dejó durante un par de horas, mientras continuaba contando cuentos a los niños silenciosos.

Así fui dándome cuenta, con el paso de los cursos, que los profesores no lo sabían todo, y que muchas de mis respuestas estaban —¡gracias!— en los libros. Que los libros no se enfadaban, ni tampoco me hacían llorar ni sentirme pesada, y que tampoco importaba lo que se me ocurriera preguntar: cualquier respuesta podía estar plasmada en ellos, y, si no lo estaba —esto sí que fue una verdadera revelación— me guiaban para elaborar mi propia respuesta. Crecí como persona más en soledad que en compañía.

Porque ahora veo que todo el sistema educativo empieza con el famoso: “¿Qué quieres ser de mayor?” (yo respondía arquitecto) y acaba con: “¿Qué carrera vas a elegir cuando acabes selectividad?” (yo respondí químicas), todo con el fin último de “encontrar un buen trabajo”. Luego acabas toda esa parafernalia, te encuentras en un puesto de trabajo que también tiene un fin último que te toca más bien de lejos, y te sigues preguntando muchas, muchas cosas. Creo que todas las personas se pueden clasificar en dos tipos: las que se hacen preguntas y las que te castigan con los brazos en cruz.

Me enseñaron muchas cosas, pero nadie me enseñó a educarme de verdad, por dentro. A educar mi conciencia y mi espíritu. Sólo los libros ayudaron a ello. Educar el alma humana es un camino verdaderamente solitario.