sábado, 28 de noviembre de 2009

Personajeando

Ya lo hemos comentado en varias ocasiones: uno de los pilares fundamentales de una buena obra es un buen personaje. Os remito al post del miércoles 12 de agosto, “Personas, personajes y personajillos”, así como al libro “La construcción del personaje literario”, de Isabel Cañelles. Crear un personaje con volumen, sin planicies y lagunas en su comportamiento o en su personalidad, puede ser algo sumamente difícil, pero también puede aportar el carisma necesario para que nuestra obra diga mucho sin decir nada, sólo porque el protagonista nos resulta más de carne y hueso que de tinta y papel.

Así, os propongo que creemos un personaje entre todos, lo cual es un ejercicio que consume mucho menos tiempo que escribir propuestas, dado que todos vamos mal de tiempo. La idea sería que cada uno de nosotros dé las características que nos apetezcan, e intentemos tener un personaje veraz uniendo todas ellas. Pueden ser características físicas o de personalidad, costumbres, forma de vestir, deseos, historia personal… lo que queráis, y con la extensión que queráis. Simples adjetivos o párrafos inmensos. Cada cual que obre con total libertad.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Nuevo ejercicio: propuesta Violet

Me senté en uno de los bancos de mármol de la estación, entre una mujer sepultada en bolsas de El Corte Inglés y un anciano que emanaba un olor a tabaco tan penetrante que estuvo cerca de marearme. Estaba cansada, y me molestaba el estómago. Siempre me entraba acidez en épocas de nervios. El hecho de haber comido sólo una manzana y un par de galletas en todo el día no ayudaba gran cosa a sentirme mejor, pero había sido incapaz de ingerir nada más.
Menudo imbécil. ¿Por qué había tenido que venir otra vez a esperarme al trabajo? Claro, sabía que cuando hacía eso yo no tenía escapatoria, tenía que escucharle sí o sí. La excusa, esta vez, había sido invitarme a su fiesta de cumpleaños. Como si yo tuviese algún interés en ir. Rencorosa, me había llamado. No se trataba de rencor. Se trataba de decepción. Jamás podría perdonarle lo que había hecho, porque mi confianza en él se había hecho añicos. Eso era peor que el rencor. Y, además, irreversible.
El metro llegó. Me puse en pie y me dirigí al último vagón, como siempre.
Me separaban ocho estaciones hasta llegar a casa, dos de ellas subterráneas y las demás al descubierto. Casi todas las estaciones de los pueblos de las afueras de la ciudad eran descubiertas, y me encantaba que fuesen así. Las subterráneas siempre me habían parecido un poco deprimentes. Clavé la mirada en la ventana de enfrente, que me devolvía mi propio reflejo, un poco distorsionado. Observé mi rostro salpicado de esas pecas que todos decían que me daban un aire de niña pequeña, aún a mis casi veintiocho años. La luz del día me sobresaltó. No me había dado cuenta de que habíamos pasado las dos primeras estaciones. Observé con extrañeza que el cielo se mostraba gris y plomizo. No hacía ni media hora, el sol brillaba con todo el ardor de una tarde de julio.
Fue entonces cuando reparé en que no había nadie en mi vagón. Algo raro, pues el metro solía ir bastante lleno a esas horas. Me dispuse a echar un vistazo al resto de los vagones.

No había nadie.
Un escalofrío recorrió mi espalda. Me sentí helada, como si mi camiseta de algodón no bastase para abrigarme en una calurosa tarde veraniega. Para alimentar más mis nervios, advertí también que, de hecho, el metro no se había detenido desde que había entrado en él. Había viajado tan absorta en mis pensamientos durante el tramo subterráneo, que ni me había dado cuenta.
Miré a través de las ventanas, y comprobé que el paisaje no me resultaba familiar. Tan sólo observaba áridas llanuras que se perdían en el horizonte, extensiones grisáceas salpicadas por algún que otro árbol solitario.
Todo empezó a dar vueltas a mi alrededor. ¿Qué diablos ocurría?
Me dirigí rápidamente a la cabina del conductor, atravesando, tambaleante, todo el metro vacío. Golpeé la puerta con brusquedad.
-¡Por favor! ¿Qué ocurre? ¿A dónde vamos? ¿Por qué no hay nadie?
La puerta se abrió. Me encontré con un señor de rostro severo, ataviado con el uniforme de la compañía ferroviaria.
-¿Por qué no paramos en ninguna parte? ¿Dónde estamos?
El hombre, sin abrir la boca y sin prestarme la menor atención, se dio la vuelta y volvió a entrar en la cabina. Fui tras él, negándome a permanecer fuera, sola y sin respuestas. En cuanto entré, me horroricé. Dentro de la cabina, sentado ante los controles del vehículo, se encontraba un hombre con una cacerola en la cabeza, como una especie de casco absurdo. Advertí que, a su izquierda, había colgado un calendario, y casi me desmayé al comprobar que éste no era más que una sucesión de ceros. Año cero, días cero. Todo cero. Ninguno de los dos hombres dijo nada, ni movió un sólo músculo. Salí de la cabina, mareada, trastornada, y me dejé caer en uno de los múltiples asientos vacíos. Y entonces, sólo entonces, busqué con la mirada el panel indicativo del destino del metro: “Fuera de Servicio”.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Nuevo ejercicio: propuesta Ikima

Ya lo tenía todo preparado: los globos, las velas, los algodones de azúcar, los pasteles de chocolate y las tartas de manzana, aunque faltaban al menos dos horas para que llegaran los primeros invitados. Estaba emocionada. Iba a ser la primera fiesta que ofrecía desde que se mudó. Se sentó en una mecedora frente a la ventana y se limitó, pacientemente, a mirar al horizonte limpio y azul de aquel día de verano: no veía nada más que el cielo y la colina y los pájaros que volaban aquí y allá.

No llevaría sentada ni diez minutos cuando vio a alguien asomar al fondo del camino. Se levantó, nerviosa, y se sacudió la ropa. Después se miró al espejo y comprobó que todo estaba en orden. Atusó ligeramente su media melena, volvió a asomarse a la ventana abierta y apoyó los codos en el marco. ¡Por fin llegaba un invitado! ¡Tan pronto! ¿Quién sería? Quizás fuera Klaus que había decidido llegar antes de la hora prevista... ¡oh! ¡Si fuera Klaus! Volvió a mirarse al espejo de reojo y se pellizcó las mejillas, odiando una vez más sus pecas rebeldes.

Tardó todavía un rato en comprobar, decepcionada, que no se trataba del muchacho. Ni mucho menos. Un anciano encorvado se aproximaba lentamente por el camino blanco. Esperó a que el hombre llegara a la puerta principal y tocara el timbre.
—Buenos días, Diana –le dijo el hombre.—Buenos días –respondió, sorprendida. Él conocía su nombre, pero ella no había visto a ese hombre en su vida. Le observó detenidamente durante los segundos de silencio que siguieron al saludo. El hombre iba fumando un tabaco de olor nefasto. En la otra mano sostenía una especie de cacerola vacía, y atado al cuello, sobre el pecho, un calendario de veinte años atrás, con los días tachados con equis rojas. Su rostro era tan blanco como el mármol, y Diana tuvo la súbita sensación de que no era de este mundo. ¿Qué era aquel hombre? ¿Un ángel? ¿Un fantasma? Un escalofrío le congeló la garganta, y no supo qué decir.

—¿Qué desea? —logró articular, al fin.
—Vengo de parte de Klaus —sentenció.
—De… ¿de parte de Klaus? —preguntó Diana, entre emocionada y asustada.
—Me ha pedido que te diga que no le guardes rencor —dijo el anciano.
—¿Cómo? Pero… ¿Por qué? ¿Por qué habría de guardarle rencor? No le guardo rencor a Klaus, todo lo contrario, yo…El anciano sonrió ligeramente.
—Ya. Yo sólo puedo decirte esto, Diana. No tengo más mensajes ni, por supuesto, tengo respuestas.
Dicho esto, el hombre se dio media vuelta y comenzó a andar de nuevo por el camino, alejándose de la joven. Ésta observó que, a la espalda, también llevaba un calendario, aunque de veinte años más adelante, y con los números sin tachar. Un regusto amargo, una ligera acidez desagradable, le invadió la boca mientras le veía marcharse, y tuvo la certeza de que Klaus no iría esa tarde a su fiesta, y que estaba lejos, terriblemente lejos de allí.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Nuevo ejercicio

Sé que todo el mundo tiene poco tiempo para escribir cosas que no sean sus propios libros, pero os propongo un ejercicio de composición infantil-juvenil en el que aparezcan las siguientes palabras que no tienen, en principio, ningún tipo de relación entre ellas (si queréis proponer otras palabras o ampliar la lista, adelante):

- Manzana
- Pecas
- Algodón
- Calendario
- Rencor
- Fiesta
- Tabaco
- Cacerola
- Mármol
- Anciano
- Horizonte
- Acidez

A ver qué tal sale... que conste que las acabo de escribir según me han ido saliendo, y que yo tampoco tengo ningún texto escrito que cumpla estos requisitos.

¡Un saludo!

viernes, 13 de noviembre de 2009

La libertad como sentimiento literario

Más que una situación en sí misma, la libertad es un auténtico sentimiento. Como bien diría Eduard Codín, uno puede sentirse libre estando entre rejas y enjaulado a campo abierto. Lo que verdaderamente es libre o esclavo es, siempre, el corazón, y hay cosas que oprimen mucho más que cualquier elemento físico. Sentirse libre por dentro es, seguramente, lo más parecido a la felicidad que pueda experimentar un ser humano a lo largo de su vida. Y yo, hoy, es así como me siento. Profundamente libre, aunque, como decía un poema, no me pondré al filo de ningún precipicio gritando libertad ante la nada.

Por eso, porque es un sentimiento, probablemente la libertad ha sido, junto con el amor, uno de los temas más manidos y obsesivos de todos los autores a través de los tiempos. Recuerdo la libertad pura y adimensional que me transmitió el pequeño libro de Juan Salvador Gaviota, o la profunda y dolorosa (que también la hay) de El Quijote.

Como la conquista de tierras o de pueblos, alcanzarla requiere luchas encarnizadas, injustas casi siempre, pero que nada son en comparación con lo que se logra.

Así pues, este es mi sentimiento de hoy, el más grande e inmenso de todos los sentimientos, el más cercano a la felicidad, y por eso os lo quiero transmitir. Que nunca falte la libertad en vuestros escritos, porque pocas cosas pueden erizar la piel y hacer saltar las lágrimas como el sentirse verdaderamente libre. Libre de alma y sin cadenas en el corazón.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Castillos de cartón

¡Hola! Aquí estoy después de días de silencio (he estado bastante liada, sorry!).

El motivo de este post es que ayer estuve en el cine viendo Castillos de cartón, adaptación cinematográfica de la novela homónima de Almudena Grandes. Salí del cine mucho más contenta de lo que esperaba. Lo cierto es que la novela me encantó, y cuando una novela me encanta, siempre tengo miedo de que la adaptación al cine no esté a la altura, cosa que suele suceder demasiado a menudo. De todas formas, aunque me gustó mas de lo esperado, tengo mis quejas, porque hay un par de detalles (de detallazos, diría yo) que se han dejado fuera y que yo consideraba imprescindibles, y por otro lado tampoco estoy muy conforme con el casting, o, más concretamente, con el actor elegido para encarnar a Marcos, el que para mí (y creo que para cualquiera que haya leído la novela) supone el personaje más importante y complejo de la historia.

Esto me ha llevado a querer comentar dos cosas. En primer lugar, me gustaría saber qué opinión tenéis sobre las adaptaciones cinematográficas. ¿Cuáles os han gustado más? ¿Cuáles menos? ¿Creéis más conveniente adaptar la obra del modo más fiel posible, o consideráis que hay que observar ambos productos (el literario y el cinematográfico) desde prismas distintos, ya que la narración en cada caso no puede poseer el mismo ritmo? ¿Preferís una adaptación fiel que haga las delicias de quien ha leído el libro y deje frío a quien no, o consideráis mejor una adaptación "para todos los públicos"? Venga, ya tenéis tema para debatir! :)

Y por otro lado, quiero recomendaros, a todos los que no hayáis leído Castillos de cartón, que lo hagáis. Es la única novela que he leído de Almudena Grandes por el momento, y, por lo tanto, no puedo saber si es cierto eso que afirman muchas críticas: que es una de sus novelas más mediocres. A mí me encantó; es más, me traumatizó! La leí hace relativamente poco, no llega a un año, y estuve semanas enteras pensando en ella, dándole vueltas y recordando pasajes obsesivamente. El motivo por el que creo que me marcó tanto, y por el que os la recomiendo encarecidamente, es por cómo habla del arte. En el caso de la novela, los tres personajes protagonistas son estudiantes de Bellas Artes; pero no importa, el arte es arte y tanto da si habla de pintura como de literatura o de cualquier otra manifestación del arte. Habla mucho de la lucha por llegar a ser alguien, por llegar a triunfar con tus obras, de la ambición. De si la ambición, por sí sola, podrá llevarte al éxito, aunque no poseas el talento necesario. De si el talento, por sí solo, te hará triunfar, aunque carezcas de la ambición necesaria. De si la técnica lo es todo, o por el contrario no es nada si careces de sentimiento. Y de cómo, en última instancia, el éxito tampoco lo es todo, pues puedes alcanzarlo y no llegar jamás a ser feliz. No sé, al margen del triángulo amoroso que constituye el argumento principal de la novela, a mí me gustó muchísimo todas las reflexiones relativas al arte. Así que, si no la habéis leído, ahí queda mi recomendación.

¡Hasta luego!

domingo, 1 de noviembre de 2009

Enlaces

Bueno, dada la inactividad del blog últimamente, me vais a permitir que escriba un post sin un motivo concreto, sino únicamente para decir: "¡Estamos aquí!", y poco más.

Como apunte interesante, dejaros algo que leí el otro día en el siguiente blog:

http://yoriento.com/

Es un blog de orientación profesional del psicólogo Alfonso Alcántara (es interesante si os gustan esos temas, aunque a nivel literario sólo tiene interés su anécdota del principio).

Lo que me llamó la atención es lo siguiente:

Un pianista famoso daba un recital en una fiesta. La anfitriona le dijo: Haría lo que fuera por tocar como usted. El pianista la miro pensativo y replicó: no, no haría lo que fuera. La anfitriona avergonzada frente a sus invitados dijo: sí, haría cualquier cosa. El pianista negó con la cabeza: le fascinaría tocar como yo en este momento pero no estaría dispuesta a practicar ocho horas diarias al día durante los próximos 20 años para alcanzar este dominio.

Pues eso... lo que no me canso de repetir siempre. Esfuerzo, esfuerzo y más esfuerzo. Es la única forma de tocar el piano como un virtuoso, porque aunque se sea un virtuoso potencial nunca se llegará sin la práctica suficiente.

A parte de este enlace, os dejo otra página que he descubierto y me ha gustado. Tal vez ya la conocíais, pero bueno, por si caso:

http://www.letrasyescenas.com/

¡Que paséis un buen domingo!