Hoy, siguiendo un poco la estela de Ikima en el último post, y con la excusa de haber terminado recientemente Lunar Park, de Bret Easton Ellis, quiero hablaros de los demonios literarios. Y no me refiero a los demonios que aparecen en las obras literarias, sino a aquellos que atormentan a los escritores.
Hasta hace poco no tenía ninguna opinión fundada sobre Bret Easton Ellis. Le conocía básicamente por ser el autor de American Psycho, pero, si bien había visto la película, no había leído ninguna de sus novelas. También conocía su fama de enfant terrible de la literatura norteamericana, esa posición de autor que sólo puede ser adorado u odiado, como suele suceder con todos los artistas, digamos, extremos.
En un corto espacio de tiempo (pocos meses), he leído Menos que cero y Lunar Park, y creo que no podría haber escogido dos obras más contrastadas. Me hace gracia, después de haber leído varias reseñas de novelas suyas, que aún a día de hoy mucha gente siga considerando a Easton Ellis como el típico escritor cuya fama radica únicamente en la polémica y en tocar temas prohibidos, cuando, en mi opinión, su trayectoria y evolución como escritor no podrían resultar más ascendentes, además de impresionantes. Pero no me voy a embarcar en un discurso sobre la obra, en conjunto, de Easton Ellis. Tal vez más adelante, cuando haya leído más obras suyas.
Lunar Park, además de poseer un capítulo final que se ha convertido en uno lo de los textos más impresionantes, escalofriantes y bellos que he leído en mi vida, y además también de ser una novela que me mantuvo en tensión e incapaz de pensar en otra cosa desde la primera a la última página, trata un tema que creo que nos toca de lleno a todos los escritores: los personajes que se vuelven tan importantes que casi ganan autonomía propia, que nos obsesionan como si de personas reales se tratasen.
Y es que creo que, si tuviese que definirme como escritora con una palabra, creo que ésta sería obsesiva. Y sé que Ikima me entenderá a la perfección, porque a ella le sucede igual (tal y como ha comentado en varias ocasiones).
Cuando escribo, a veces me sumerjo de un modo tan absoluto en la historia, que casi pierdo de vista mi propia vida. No se trata sólo de pasar la mayor parte del día pensando en el argumento del relato / novela, devanándome los sesos sobre qué debe venir a continuación, o repasando mentalmente lo ya escrito, o recreando futuros diálogos. No es sólo eso. Es que, literalmente, casi dejo de ser yo. Empiezo a pensar como el / la protagonista de la obra, y lo observo todo desde sus ojos. Este proceso no suele pasar de inofensivo cuando se trata de un relato corto, o cuando el argumento de la obra no posee demasiada carga emocional. Pero si el relato es muy personal, o toca temas más complicados o incómodos para mí, todo esto puede llegar a ser realmente agotador.
Los demonios que atormentan al protagonista (es decir, el propio Bret Easton Ellis) en Lunar Park no se limitan a este fenómeno, ni son estrictamente literarios. De hecho, abarcan otros muchos campos y se manifiestan de modos verdaderamente terribles. Pero me he sentido identificada con buena parte de la novela, especialmente con cómo a veces nuestros personajes ya creados y, en teoría, finiquitados, se niegan a guardar silencio y continúan atormentándonos.
Es algo que he experimentado, aunque, por suerte, no con todos mis personajes. En ocasiones, y por muy agotador que haya sido el proceso de creación de la obra, todo se queda ahí: la termino y la obsesión desaparece, me libera. Así ocurrió en mi última novela terminada, que me agotó muchísimo emocionalmente, pero que una vez terminada me dejó tranquila y en paz. En otras ocasiones, en cambio, los personajes se niegan a irse a dormir y continúan ahí, observándome ceñudos como si no estuviesen de acuerdo con mis decisiones. Supongo que, tal vez, todo esto obedece a una premisa bastante simple: lo conforme o no que me haya quedado con el resultado final. Y por eso siempre suelen atormentarme los personajes de obras inconclusas, o de aquellas obras terminadas con las que no estoy del todo contenta, y que por ahora se encuentran en una especie de limbo, a la espera de que algún días las retome y decida qué demonios hacer con ellas.
Hasta hace poco no tenía ninguna opinión fundada sobre Bret Easton Ellis. Le conocía básicamente por ser el autor de American Psycho, pero, si bien había visto la película, no había leído ninguna de sus novelas. También conocía su fama de enfant terrible de la literatura norteamericana, esa posición de autor que sólo puede ser adorado u odiado, como suele suceder con todos los artistas, digamos, extremos.
En un corto espacio de tiempo (pocos meses), he leído Menos que cero y Lunar Park, y creo que no podría haber escogido dos obras más contrastadas. Me hace gracia, después de haber leído varias reseñas de novelas suyas, que aún a día de hoy mucha gente siga considerando a Easton Ellis como el típico escritor cuya fama radica únicamente en la polémica y en tocar temas prohibidos, cuando, en mi opinión, su trayectoria y evolución como escritor no podrían resultar más ascendentes, además de impresionantes. Pero no me voy a embarcar en un discurso sobre la obra, en conjunto, de Easton Ellis. Tal vez más adelante, cuando haya leído más obras suyas.
Lunar Park, además de poseer un capítulo final que se ha convertido en uno lo de los textos más impresionantes, escalofriantes y bellos que he leído en mi vida, y además también de ser una novela que me mantuvo en tensión e incapaz de pensar en otra cosa desde la primera a la última página, trata un tema que creo que nos toca de lleno a todos los escritores: los personajes que se vuelven tan importantes que casi ganan autonomía propia, que nos obsesionan como si de personas reales se tratasen.
Y es que creo que, si tuviese que definirme como escritora con una palabra, creo que ésta sería obsesiva. Y sé que Ikima me entenderá a la perfección, porque a ella le sucede igual (tal y como ha comentado en varias ocasiones).
Cuando escribo, a veces me sumerjo de un modo tan absoluto en la historia, que casi pierdo de vista mi propia vida. No se trata sólo de pasar la mayor parte del día pensando en el argumento del relato / novela, devanándome los sesos sobre qué debe venir a continuación, o repasando mentalmente lo ya escrito, o recreando futuros diálogos. No es sólo eso. Es que, literalmente, casi dejo de ser yo. Empiezo a pensar como el / la protagonista de la obra, y lo observo todo desde sus ojos. Este proceso no suele pasar de inofensivo cuando se trata de un relato corto, o cuando el argumento de la obra no posee demasiada carga emocional. Pero si el relato es muy personal, o toca temas más complicados o incómodos para mí, todo esto puede llegar a ser realmente agotador.
Los demonios que atormentan al protagonista (es decir, el propio Bret Easton Ellis) en Lunar Park no se limitan a este fenómeno, ni son estrictamente literarios. De hecho, abarcan otros muchos campos y se manifiestan de modos verdaderamente terribles. Pero me he sentido identificada con buena parte de la novela, especialmente con cómo a veces nuestros personajes ya creados y, en teoría, finiquitados, se niegan a guardar silencio y continúan atormentándonos.
Es algo que he experimentado, aunque, por suerte, no con todos mis personajes. En ocasiones, y por muy agotador que haya sido el proceso de creación de la obra, todo se queda ahí: la termino y la obsesión desaparece, me libera. Así ocurrió en mi última novela terminada, que me agotó muchísimo emocionalmente, pero que una vez terminada me dejó tranquila y en paz. En otras ocasiones, en cambio, los personajes se niegan a irse a dormir y continúan ahí, observándome ceñudos como si no estuviesen de acuerdo con mis decisiones. Supongo que, tal vez, todo esto obedece a una premisa bastante simple: lo conforme o no que me haya quedado con el resultado final. Y por eso siempre suelen atormentarme los personajes de obras inconclusas, o de aquellas obras terminadas con las que no estoy del todo contenta, y que por ahora se encuentran en una especie de limbo, a la espera de que algún días las retome y decida qué demonios hacer con ellas.
Lo terrible de todo esto, según mi punto de vista, es que es imposible dejar de lado a esos personajes descontentos: no puedo excusarme en el hecho de que, a veces, vale más la pena descartar una idea y concentrarse en otra, en lugar de dar vueltas a lo mismo una y otra vez. No es posible, y lo sé porque lo he intentado. He intentado dejar de pensar en una obra que no me convence y concentrarme en otras. Y no funciona. Puedo trabajar en otras obras, terminarlas, concentrar mi esfuerzo en ellas, pero las antiguas, ya sean inconclusas o marginadas, permanecen ahí, observándome con una interrogación en la mirada. Tiene algo de terrorífico que siga atormentándome una obra cuya primera versión terminé en el año 2000, y cuya segunda (que creía definitiva) finiquité en el 2005. Ninguna de las versiones existentes me convence como para hacer nada con ellas, y sé que, más tarde o más temprano, tendré que volver a centrarme y ajustar cuentas con ellos.
Al margen de todo esto, sólo puedo recomendaros (por si todavía no ha quedado clara mi opinión al respecto) que leáis Lunar Park.
Y, ahora sí, os dejo ya.
¡Saludos!
Al margen de todo esto, sólo puedo recomendaros (por si todavía no ha quedado clara mi opinión al respecto) que leáis Lunar Park.
Y, ahora sí, os dejo ya.
¡Saludos!
Es terrible tener que dejar de escribir una temporada para que una historia que escribes no paralice tu vida por completo y ni aún así conseguirlo. Escribas o no escribas mentalmente estás dentro de ella resolviendo esto y aquello y sin poder prestar casi atención cuando te hablan. Estoy en ello.
ResponderEliminarMe apunto el nombre de este autor, me parece alguien muy, pero que muy interesante. Las temáticas no desgastadas me pueden.
Saludos
Estaba escribiendo el comentario en el procesador de textos, y me ha quedado tan largo que no sabía si agregarlo como comentario o como un nuevo post. Al fin he decidido que sólo tiene valor como complemento de tu estupendo post, así que aquí lo pongo aunque sea infinitamente largo.
ResponderEliminar¡Vamos si te entiendo! A la perfección, concretamente. Ya hemos visto a lo largo de estos dos años (¡guau!) que si bien diferimos en muchos aspectos, nuestro proceso creativo coincide bastante. Al fin y al cabo, la creación comienza en la mente del creador y no en ningún otro sitio, y obsesionarse tal vez sea la forma de crear más y mejor. Convivir con seres que no existen no deja de ser carne de psiquiatra.
Demonios literarios… ¡me encanta! Me encanta el título que has escogido para el post y todo lo que supone, lo que tiene de obsesivo e incluso levemente enfermizo, porque los individuos totalmente sanos no están destinados a dejar huella. Creo que el escritor es un tarado que escoge un camino aparentemente higiénico de canalizar su locura, y por eso creamos personajes capaces de obsesionar, porque canalizamos en ellos nuestras propias sombras mentales. En este sentido, lo que comentas de Luna Park, en el que el escritor se convierte en el personaje pero le suceden cosas que no le han sucedido en su vida real es verdaderamente magistral. No dejaré de leerla en cuanto tenga ocasión (ahora tengo la infinidad de clásicos esperando a ser leídos encima del escritorio, pero espero encontrar en ellos muchas almas atormentadas).
Comentas: “Y por eso siempre suelen atormentarme los personajes de obras inconclusas, o de aquellas obras terminadas con las que no estoy del todo contenta, y que por ahora se encuentran en una especie de limbo, a la espera de que algún días las retome y decida qué demonios hacer con ellas.”
A mí, en cambio, generalmente, sí me resulta fácil desprenderme de una obra con la que no estoy contenta por la sencilla razón de que no me convencen las obras que no me obsesionan. Por este motivo he tirado a la basura obras con un buen argumento de partida y una pulcritud estilística bastante considerable, y sus personajes no me atormentan nunca más, no regresan jamás a mí. Sólo los personajes capaces de atormentar el alma de su creador (ya sea en un período de tiempo limitado, por ejemplo mientras están siendo creados, o de por vida) pueden atormentar el alma del lector, y todo lo que nos atormenta nos deja huella, para bien o para mal.
En cuento a lo que añades luego: “Puedo trabajar en otras obras, terminarlas, concentrar mi esfuerzo en ellas, pero las antiguas, ya sean inconclusas o marginadas, permanecen ahí, observándome con una interrogación en la mirada”, en mi opinión, es porque esas obras tienen futuro. Son obras buenas, obras que te pertenecen (y a las que les perteneces) y te atormentan y que encontrarán el momento y la forma de salir hasta ser exactamente lo que necesitabas para que se convirtiesen en una esfera perfecta. Confío en que sea una cuestión de tiempo y de paciencia.
A partir de todo esto me surge una pregunta: ¿quién pertenece a quién? ¿La obra al escritor o el escritor a la obra? No siempre está clara esta cuestión, toda vez que para crear una obra de la que merezca la pena ser el dueño también hay que ser su esclavo.
el q no es escritor es el que corre más que la historia que no llego a escribir.
ResponderEliminarsaludos desde noruega de rafarrojas (google se comió mi comentario anterior)
(Soy Violet, y sigo comentando en anónimo :/)
ResponderEliminarBegoña: Es terrible, sí, pero supongo que es lo que nos toca sufrir por escribir, y lo que hace que, en otros momentos, también disfrutemos tanto con ello :)
Ikima: Enorme comentario! Exacto, estoy de acuerdo en que elegimos un camino higiénico para canalizar nuestra locura..., como cualquier artista, imagino. Quien pinta, hace fotografías o rueda películas hace exactamente lo mismo, y, en realidad, y por muy tormentoso que pueda resultar el proceso creativo, sólo puedo sentirme afortunada por tener un modo de canalizar mis demonios. Muchísima gente no los canaliza de ningún modo, y así pasa.
Sobre lo de desprenderte de obras con las que no estás satisfecha, he de decir que en mi caso, no todas las obras inconclusas me atormentan. Hay, efectivamente, malas ideas (o buenas ideas con las que, en realidad, no me identifico) que acabo dejando de lado, pero creo que, en todo el tiempo que llevo escribiendo, son más las obras inconclusas que me observan ceñudas, que las que no. La mayor parte de las obras que he dejado a medias por el camino se quedaron ahí por culpa del bloqueo, por no saber cómo continuar, por tener la idea en la cabeza pero no ser capaz de plasmarla de un modo satisfactorio, o sencillamente por pensar que la historia era demasiado marciana como para tener un público...
Como dices, supongo que si una idea es capaz de atormentarme durante tanto tiempo, es porque, a su manera, vale la pena, y algún día conseguirá tomar forma. Desde luego, así lo espero, porque hay algunas a las que tengo cariño desde hace siglos!
Sobre tu última pregunta, y a juzgar por la enorme cantidad de veces en las que me he encontrado ya no sólo obsesionada con una historia o personaje, sino embargada por la sensación de que una determinada escena se desarrolla sola, sin colaboración por mi parte, o que un personaje de pronto desarrolla una personalidad que no me esperaba de él en un principio... Creo que, al menos yo, pertenezco a mis obras :)
Rafarrojas: Uf, con el calorazo que tenemos en Valencia, sólo puedo envidiarte por estar en Noruega? Qué tal todo? Google está muy tonto con los comentarios, yo llevo un tiempo que sólo puedo comentar en anónimo, y el otro día me costó horrores subir el post...