Sostiene Aristóteles que la base de la Poesía (aproximadamente sinónimo de lo que hoy entendemos por Literatura) es la imitación. El poeta imita la vida, las cosas, el mundo, y lo convierte en una obra de arte. El escritor debe posar sus ojos en la realidad, y construir una imitación lo más bella posible, siendo preferible, según el pensador, que imite lo verosímil imposible a lo posible inverosímil. Es decir, no importa que contemos algo que ha ocurrido en realidad si en el papel da la impresión de ser una farsa. Tampoco importa que contemos algo que no es más que una invención si el lector se deja embaucar, llevar a ese mundo imaginario, incluirse en él.
¿Acaso cuando presenciamos la actuación de un mago dejamos de sorprendernos sólo porque hay truco? No nos importa que lo haya, prácticamente lo obviamos. Lo que nos importa es que hemos presenciado algo sorprendente, increíble -aunque nos lo hemos creído, ¡lo hemos visto con nuestros propios ojos!-, y eso nos satisface... al menos si el mago es bueno, y no se le escapa la paloma antes de tiempo, o vemos cómo esconde los pañuelos burdamente en una funda con forma de dedo pulgar. Por tanto, para crear una buena ficción, embaucadora y creíble, el escritor debe ser un buen prestidigitador. Hacer juegos de manos, palabras aquí y palabras allá hasta que... ¡Oh! ¡Una paloma!
Pero... ¿Cómo podemos hacer de nuestra obra un buen truco? ¿Cómo podemos hacer de un buen truco un truco extraordinario? Tal vez esto suene un poco a libro de autoayuda, pero es así: nos lo tenemos que creer nosotros mismos. Si nosotros no estamos convencidos de lo que contamos, será como si cogemos una patata, le pintamos ojos y boca y decimos que es un ser humano. No sólo no nos creerán, sino que pensarán: "¿Me ha tomado por tonto? ¡Si es una patata!". Uno de los peores errores en que puede incurrir un escritor -y lo digo como lectora- es hacer sentir tonto a su público.
En mi caso, antes de empezar a escribir una escena, hago un planteamiento exhaustivo de la misma, especialmente si a mí misma aún no acaba de convencerme. Me meto en la mente de todos los personajes que van a intervenir, me pongo en su piel, escribo lo que sentiría yo en su situación o pienso cómo reaccionaría alguien con el carácter que les he asignado en unas circunstancias semejantes. Después pienso cada detalle físico: olores, sabores, luz, ambiente... Por último intento ponerme a mí misma en antecedentes: ¿Qué sabe cada personaje de la trama? ¿Qué ha ocurrido en capítulos o escenas anteriores que condicione esta nueva escena? ¿Tiene sentido en el argumento o es prescindible? Llegado este punto suelo visualizarla con tal detalle que es imposible no creérselo: ¿cómo no voy a creérmela si la he visto con mis propios ojos? Y las palomas vuelan, los pañuelos aparecen y desaparecen, y el seis de corazones está dentro de una naranja.
Si queréis escribir, engañaos, contaos historias, convertíos en lectores de vosotros mismos y convivid con vuestros personajes codo con codo antes de empezar. Cuando como lectores un escritor os embauque, no os sintáis mal. Primero ha tenido que embaucarse a sí mismo. Forma parte del juego.
Hola Ikima,
ResponderEliminarestoy IMPRESIONADA. Te felicito por el cambio de imagen, ¡me encanta!. También por el contenido de tu blog, por hacer que después de un año el nivel no haya bajado, sino que suba día tras día.
Lo que comentas en este último post me parece absolutamente cierto... A veces falla toda una escena y hay que cambiarla entera, otras basta con añadir unas frases para introducir esos matices que la dan verosimilitud. La comparación con el mago me parece realmente acertada, porque en realidad es presentar algo de un modo sutil, cuidando todos los detalles, ocultando aquello que no debe verse...para que la ilusión funcione.
Saludos a todos y especialmente a las nuevas incorporaciones.
María
Cuánta razón... Me ha encantado este post porque he podido comprobar, aunque ya lo habíamos comentado anteriormente, que tenemos formas muy parecidas de "sumergirnos" en nuestras historias.
ResponderEliminarDesde luego que lo más importante es creernos nuestra historia y confiar en ella, y a mí me pasa como a ti, cada vez que comienzo a escribir algo dejo de lado mi realidad y me sumerjo en la de mis personajes, comienzo a pensar, ver y sentir como ellos. Me obsesiono tanto que puedo pasar la mayor parte del día pensando en la obra. Realmente es como dejar de ser yo para convertirme en otras personas, y durante el tiempo que dura la creación de la historia, es mi propia realidad la que parece falsa, como débil y descolorida, en comparación con todo lo que bulle en mi cabeza.
Supongo que no hace falta decir que, cuando termino una novela en la que me he dejado las entrañas, me siento como si faltase una parte de mí, paso semanas con una sensación de vacío impresionante, como si no supiese muy bien cómo volver a la realidad. Pero es un proceso que me encanta y con el que disfruto muchísimo... Si luego a alguien más le encanta, mejor que mejor, pero principalmente yo lo he pasado en grande ;)
Por cierto, sé que últimamente como contribuyente del blog dejo un poco que desear xD Pero estoy dándole vueltas a un tema sobre el que me gustaría escribir un post; en cuanto lo tenga maduro me pondré a ello :)
ResponderEliminarUf, para mí es tan complicado dejar esa realidad que tengo mi libro juvenil justo en el punto final, una escena más... y no es que no sea capaz de acabarlo ni sepa lo que va a suceder, pero... ¡me siento tan apenada! :( Ya sé que parece un contrasentido porque todos los escritores desean tener sus libros listos...
ResponderEliminarHola, leyendo esto me he dado cuenta de que yo me encuentro en el lado contrario al vuestro, no soy capaz de poder inventar una ficcion, pero una vez que me sumergo en un libro paso gran parte del dia intentando separar la ficción y la realidad del dia a dia y cada vez me da más pena ver como van pasandolas hojas y la historia llega a su fin, al contrario de vosotras que supongo estareís deseando poder acabar de contar vuestra historia y que esta tenga un final,uffff no se si ha quedado claro jajaja ves como me cuesta expresarme.......saludos y enhorabuena por el cambio todo espera tiene su recompensa
ResponderEliminar¡Hola lamardecosas! Conozco esa sensación terrible de que se acaba un buen libro, de que cada página nueva que lees te apena porque ya no queda más... Pero créeme, yo siento lo mismo muchas veces con los libros que escribo. Me apena alejarme de ese mundo, porque al fin y al cabo lo creas porque te hace sentir bien. ¡Bienvenida!
ResponderEliminarAhí tienes toda la razón, las historias que tengo sin acabar en un cajón son como un tabú, no se me puede ni preguntar sobre ellas :) Creo que al final se van a enquistar o algo así...
ResponderEliminarEn cuanto al dolor al escribirla... creo que depende de los motivos que te hayan llevado a ella, de los sentimientos que te han impulsado a escribir. En mi pueden ser dolorosas las historias para adultos y hasta autobiográficas, pero en el caso de las historias infantiles y juveniles me divierto mucho, supongo que es un poco como volver a "aquellos maravillosos años" y de ahí la pena por su final. Pero tener libros inacabados es un despropósito, y puede ser peor que ver el final de un libro que te hacía feliz. Completamente de acuerdo.