Supongo que a todos os habrá pasado alguna vez eso de estar absolutamente convencidos que algo no os iba a gustar, y al final tener que reconocer que estabais equivocados. No voy a mentir: a mí me ha pasado varias veces. Pero hoy estoy aquí para hablar del caso más alucinante, y el que más está provocando que tenga que tragarme mis propias palabras.
Suele sucederme una cosa, y es que cuando todo el mundo comienza a hablar de algo, cuando una obra (libro, película, videojuego...) se hace popular y allá donde voy no puedo evitar escuchar comentarios exaltados (y, luego, también comentarios de casi despectiva sorpresa cuando se me ocurre afirmar que no comparto las mismas impresiones, o que simplemente no me interesa demasiado), se me genera una especie de repulsión hacia la obra en sí. No puedo evitar pensar que, si bien una obra puede ser buenísima y ganarse genuinamente su legión de fans, en todo esto también juega mucho el boca a boca y, más allá de eso, el efecto borreguil. Porque, no nos engañemos, ese efecto está ahí. Es el que provoca que sigamos una serie o comencemos una saga sólo porque nuestros amigos y conocidos también lo hacen, y no porque verdaderamente haya despertado nuestro interés. Pues bien, suele darme rabia. Le suelo coger una cierta manía a la obra en cuestión, y si antes no la abordaba porque no me interesaba, después sigo sin hacerlo ya por principios, por cabezonería.
Hace ya años que varios amigos comenzaron a contarme maravillas de Canción de Hielo y Fuego, de George R. R. Martin. Y ya entonces no puse mucho interés, pero fue por una causa muy sencilla: no me gusta la fantasía épica, por norma general. Leí El Señor de los Anillos más por ser algo que tenía que hacer, que por desearlo realmente. Me gustó, sí, y disfruté muchísimo con las películas, pero reconozco que no es lo mío. Sólo lo he leído una vez y dudo mucho que lo relea, cuando conozco gente, sin embargo, que se lo lee todos los años, en un ritual idéntico al que yo practico con libros muy, muy diferentes, y que no son para nada míticos. Pues eso, no me gusta la fantasía épica. Las razas y criaturas extrañas, la magia, las hadas y los elfos... Todo suele parecerme tan irreal, que no consigo meterme en situación y sentirme cómoda. Me gusta la fantasía, sí, pero muy mezclada con la realidad, de forma que me resulte algo cotidiano y que podría sucederme a mí (es el motivo por el que me divierte la saga Southern Vampires, por ejemplo, en la que se basa la serie True Blood). No sé, no voy a intentar que se me entienda ni voy a iniciar un debate sobre la fantasía épica. Todos tenemos géneros favoritos y otros que no nos atrapan y, en mi caso, la fantasía épica nunca me había atraído.
Y, en realidad, creo que sigue sin hacerlo, porque considero a Canción de Hielo y Fuego una obra muy diferente a lo que se suele encontrar dentro de la fantasía épica.
Total, que comencé a ver Juego de Tronos, la serie. Lo hice con escepticismo, más que nada porque mi novio estaba interesado en verla y se empeñó en que, al menos, la viese empezar. Vi el primer capítulo y me quedé más o menos igual. Vi el segundo y ocurrió lo mismo. No sé muy bien cuál fue el que marcó la diferencia, pero para cuando llegué al sexto o séptimo ya estaba enganchada. Los dos últimos terminaron de obsesionarme: creo que hacía muchísimo tiempo que no me emocionaba tanto con una serie. Y, ¿cuál es el resultado de todo esto? Pues, naturalmente, que enseguida comencé a engullir mis propias palabras y decidí que quería leerme los libros. Tuve la fortuna de recibir el primero como regalo, por lo que no tuve que pasar por la ignominia de ir a la tienda a comprar, yo, la persona a la que nunca le gustó la fantasía épica, el volumen.
¿Qué decir? He leído sus casi 800 páginas no sólo sin aburrirme, sino obsesionándome cada vez más. La serie, por cierto, creo que es la mejor adaptación de una obra literaria que he visto jamás, pero no me voy a extender con ello ahora. Tenía pensado hacer una pausa entre el primer libro y el segundo, que me han prestado, para no agobiarme ni sufrir de sobredosis, y para continuar con otra obra que me está obsesionando, que es el cómic Predicador. También me planteé la posibilidad de dejar el segundo pendiente, ya que me atraía la idea de llegar a la segunda temporada de la serie sin saber de antemano lo que va a suceder. Pero, sencillamente, no he podido hacerlo. He acabado abordándolo, y lo estoy devorando con ansia. Para gran regocijo de todos mis amigos fans de la saga, he de añadir, que por fin ven que les doy la razón.
No voy a seguir hablando de las maravillas de Canción de Hielo y Fuego, como la fan enferma en la que me he convertido. Simplemente quería hablar de ese fenómeno, de cuando algo no nos gusta, o, más bien, nos empeñamos en que no nos guste, y luego nos vemos obligados a cambiar de opinión. ¿Os ha sucedido alguna o muchas veces? ¿Con qué obras?
He de decir que, cuando sucumbo a algo, me suele dar rabia tener que acabar dándole la razón a toda esa horda de gente que cantaba maravillas sobre la obra en sí. Pero, la verdad, ahora no puedo indignarme: lo estoy pasando demasiado bien :)
Saludos!