Cuando el grupito de desencantados no ganadores del Premio Barco de Vapor empezamos a compartir palabras y opiniones en este blog, Anabel me pareció una de las que se sentían más desencantadas. No cejó en su empeño, sin embargo, y el 22 de julio de este año anunció oficialmente en su blog que, por fin, tras múltiples intentos y no menos decepciones, iban a publicarle su primer libro.
Aquí tenéis el enlace:
http://laventanadeloslibros.blogspot.com/2011/07/un-sueno-que-se-cumple-me-publican.html
¡Desde aquí un inmenso enhorabuena!
Seguiremos el ejemplo de tu empeño para no rendirnos nunca hasta conseguirlo.
jueves, 28 de julio de 2011
domingo, 10 de julio de 2011
Demonios literarios
Hoy, siguiendo un poco la estela de Ikima en el último post, y con la excusa de haber terminado recientemente Lunar Park, de Bret Easton Ellis, quiero hablaros de los demonios literarios. Y no me refiero a los demonios que aparecen en las obras literarias, sino a aquellos que atormentan a los escritores.
Hasta hace poco no tenía ninguna opinión fundada sobre Bret Easton Ellis. Le conocía básicamente por ser el autor de American Psycho, pero, si bien había visto la película, no había leído ninguna de sus novelas. También conocía su fama de enfant terrible de la literatura norteamericana, esa posición de autor que sólo puede ser adorado u odiado, como suele suceder con todos los artistas, digamos, extremos.
En un corto espacio de tiempo (pocos meses), he leído Menos que cero y Lunar Park, y creo que no podría haber escogido dos obras más contrastadas. Me hace gracia, después de haber leído varias reseñas de novelas suyas, que aún a día de hoy mucha gente siga considerando a Easton Ellis como el típico escritor cuya fama radica únicamente en la polémica y en tocar temas prohibidos, cuando, en mi opinión, su trayectoria y evolución como escritor no podrían resultar más ascendentes, además de impresionantes. Pero no me voy a embarcar en un discurso sobre la obra, en conjunto, de Easton Ellis. Tal vez más adelante, cuando haya leído más obras suyas.
Lunar Park, además de poseer un capítulo final que se ha convertido en uno lo de los textos más impresionantes, escalofriantes y bellos que he leído en mi vida, y además también de ser una novela que me mantuvo en tensión e incapaz de pensar en otra cosa desde la primera a la última página, trata un tema que creo que nos toca de lleno a todos los escritores: los personajes que se vuelven tan importantes que casi ganan autonomía propia, que nos obsesionan como si de personas reales se tratasen.
Y es que creo que, si tuviese que definirme como escritora con una palabra, creo que ésta sería obsesiva. Y sé que Ikima me entenderá a la perfección, porque a ella le sucede igual (tal y como ha comentado en varias ocasiones).
Cuando escribo, a veces me sumerjo de un modo tan absoluto en la historia, que casi pierdo de vista mi propia vida. No se trata sólo de pasar la mayor parte del día pensando en el argumento del relato / novela, devanándome los sesos sobre qué debe venir a continuación, o repasando mentalmente lo ya escrito, o recreando futuros diálogos. No es sólo eso. Es que, literalmente, casi dejo de ser yo. Empiezo a pensar como el / la protagonista de la obra, y lo observo todo desde sus ojos. Este proceso no suele pasar de inofensivo cuando se trata de un relato corto, o cuando el argumento de la obra no posee demasiada carga emocional. Pero si el relato es muy personal, o toca temas más complicados o incómodos para mí, todo esto puede llegar a ser realmente agotador.
Los demonios que atormentan al protagonista (es decir, el propio Bret Easton Ellis) en Lunar Park no se limitan a este fenómeno, ni son estrictamente literarios. De hecho, abarcan otros muchos campos y se manifiestan de modos verdaderamente terribles. Pero me he sentido identificada con buena parte de la novela, especialmente con cómo a veces nuestros personajes ya creados y, en teoría, finiquitados, se niegan a guardar silencio y continúan atormentándonos.
Es algo que he experimentado, aunque, por suerte, no con todos mis personajes. En ocasiones, y por muy agotador que haya sido el proceso de creación de la obra, todo se queda ahí: la termino y la obsesión desaparece, me libera. Así ocurrió en mi última novela terminada, que me agotó muchísimo emocionalmente, pero que una vez terminada me dejó tranquila y en paz. En otras ocasiones, en cambio, los personajes se niegan a irse a dormir y continúan ahí, observándome ceñudos como si no estuviesen de acuerdo con mis decisiones. Supongo que, tal vez, todo esto obedece a una premisa bastante simple: lo conforme o no que me haya quedado con el resultado final. Y por eso siempre suelen atormentarme los personajes de obras inconclusas, o de aquellas obras terminadas con las que no estoy del todo contenta, y que por ahora se encuentran en una especie de limbo, a la espera de que algún días las retome y decida qué demonios hacer con ellas.
Hasta hace poco no tenía ninguna opinión fundada sobre Bret Easton Ellis. Le conocía básicamente por ser el autor de American Psycho, pero, si bien había visto la película, no había leído ninguna de sus novelas. También conocía su fama de enfant terrible de la literatura norteamericana, esa posición de autor que sólo puede ser adorado u odiado, como suele suceder con todos los artistas, digamos, extremos.
En un corto espacio de tiempo (pocos meses), he leído Menos que cero y Lunar Park, y creo que no podría haber escogido dos obras más contrastadas. Me hace gracia, después de haber leído varias reseñas de novelas suyas, que aún a día de hoy mucha gente siga considerando a Easton Ellis como el típico escritor cuya fama radica únicamente en la polémica y en tocar temas prohibidos, cuando, en mi opinión, su trayectoria y evolución como escritor no podrían resultar más ascendentes, además de impresionantes. Pero no me voy a embarcar en un discurso sobre la obra, en conjunto, de Easton Ellis. Tal vez más adelante, cuando haya leído más obras suyas.
Lunar Park, además de poseer un capítulo final que se ha convertido en uno lo de los textos más impresionantes, escalofriantes y bellos que he leído en mi vida, y además también de ser una novela que me mantuvo en tensión e incapaz de pensar en otra cosa desde la primera a la última página, trata un tema que creo que nos toca de lleno a todos los escritores: los personajes que se vuelven tan importantes que casi ganan autonomía propia, que nos obsesionan como si de personas reales se tratasen.
Y es que creo que, si tuviese que definirme como escritora con una palabra, creo que ésta sería obsesiva. Y sé que Ikima me entenderá a la perfección, porque a ella le sucede igual (tal y como ha comentado en varias ocasiones).
Cuando escribo, a veces me sumerjo de un modo tan absoluto en la historia, que casi pierdo de vista mi propia vida. No se trata sólo de pasar la mayor parte del día pensando en el argumento del relato / novela, devanándome los sesos sobre qué debe venir a continuación, o repasando mentalmente lo ya escrito, o recreando futuros diálogos. No es sólo eso. Es que, literalmente, casi dejo de ser yo. Empiezo a pensar como el / la protagonista de la obra, y lo observo todo desde sus ojos. Este proceso no suele pasar de inofensivo cuando se trata de un relato corto, o cuando el argumento de la obra no posee demasiada carga emocional. Pero si el relato es muy personal, o toca temas más complicados o incómodos para mí, todo esto puede llegar a ser realmente agotador.
Los demonios que atormentan al protagonista (es decir, el propio Bret Easton Ellis) en Lunar Park no se limitan a este fenómeno, ni son estrictamente literarios. De hecho, abarcan otros muchos campos y se manifiestan de modos verdaderamente terribles. Pero me he sentido identificada con buena parte de la novela, especialmente con cómo a veces nuestros personajes ya creados y, en teoría, finiquitados, se niegan a guardar silencio y continúan atormentándonos.
Es algo que he experimentado, aunque, por suerte, no con todos mis personajes. En ocasiones, y por muy agotador que haya sido el proceso de creación de la obra, todo se queda ahí: la termino y la obsesión desaparece, me libera. Así ocurrió en mi última novela terminada, que me agotó muchísimo emocionalmente, pero que una vez terminada me dejó tranquila y en paz. En otras ocasiones, en cambio, los personajes se niegan a irse a dormir y continúan ahí, observándome ceñudos como si no estuviesen de acuerdo con mis decisiones. Supongo que, tal vez, todo esto obedece a una premisa bastante simple: lo conforme o no que me haya quedado con el resultado final. Y por eso siempre suelen atormentarme los personajes de obras inconclusas, o de aquellas obras terminadas con las que no estoy del todo contenta, y que por ahora se encuentran en una especie de limbo, a la espera de que algún días las retome y decida qué demonios hacer con ellas.
Lo terrible de todo esto, según mi punto de vista, es que es imposible dejar de lado a esos personajes descontentos: no puedo excusarme en el hecho de que, a veces, vale más la pena descartar una idea y concentrarse en otra, en lugar de dar vueltas a lo mismo una y otra vez. No es posible, y lo sé porque lo he intentado. He intentado dejar de pensar en una obra que no me convence y concentrarme en otras. Y no funciona. Puedo trabajar en otras obras, terminarlas, concentrar mi esfuerzo en ellas, pero las antiguas, ya sean inconclusas o marginadas, permanecen ahí, observándome con una interrogación en la mirada. Tiene algo de terrorífico que siga atormentándome una obra cuya primera versión terminé en el año 2000, y cuya segunda (que creía definitiva) finiquité en el 2005. Ninguna de las versiones existentes me convence como para hacer nada con ellas, y sé que, más tarde o más temprano, tendré que volver a centrarme y ajustar cuentas con ellos.
Al margen de todo esto, sólo puedo recomendaros (por si todavía no ha quedado clara mi opinión al respecto) que leáis Lunar Park.
Y, ahora sí, os dejo ya.
¡Saludos!
Al margen de todo esto, sólo puedo recomendaros (por si todavía no ha quedado clara mi opinión al respecto) que leáis Lunar Park.
Y, ahora sí, os dejo ya.
¡Saludos!
Escrito por
Lucy
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miércoles, 6 de julio de 2011
Aterrada
Se habla con frecuencia en los foros de escritura del miedo al papel en blanco. Yo nunca lo he sentido porque normalmente me enfrento al papel en blanco cuando ya tengo una frase en la cabeza con la que emborronarlo. Sin embargo, sí que hay un miedo que me paraliza y que al fin he decidido enfrentar: la lectura de un primer borrador muy concreto.
En febrero de 2010 di por finalizada la obra que me ha llevado más tiempo y más esfuerzo, y también la que me ha tocado más profundamente. Se titula La gran obsesión de Eduard Codín, y en verdad que fue mi propia obsesión durante mucho tiempo. No podía dejar de pensar en la trama, en los giros, en los escenarios y, naturalmente, en los protagonistas. De vez en cuando aún pienso en los personajes, los siento como si existieran, como si vivieran en un mundo paralelo, y el argumento me atrapa por completo. Y ahora he decidido que, después de año y medio acumulando polvo, ya es momento de empezar a leer el primer borrador y de hacerle los primeros cambios.
Estoy muerta de miedo, tal vez, precisamente, porque la historia me apasiona. ¿Y si no he sabido transmitir esta pasión en el escrito? ¿Y si la historia que está plasmada en mi cabeza no se plasma del mismo modo en el papel? ¿Y si el lector no comprende a Eduard, le juzga, le condena?
En fin... sólo de pensarlo me entra vértigo y un cosquilleo en la boca del estómago. Si la decepción resulta mayúscula tendré que plantearme muchas cosas.
Escrito por
Ikima
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