Alguna vez he defendido por aquí que poseer memoria de pez es una gran ventaja. Para convencerme a mí misma de que esto era más cualidad que defecto, me basaba en el siguiente hecho demostrable: como olvido, puedo leerme un libro varias veces sintiendo la misma intriga porque, salvo honrosas excepciones que me han marcado muy profundamente (en el alma, supongo), no recuerdo, como quien dice, ni quién era el asesino. Mi mente tiene la particularidad de diluir recuerdos —buenos y malos—, lecturas, conocimientos y hasta hechos de considerable trascendencia en mi vida.
Conmigo no sirve eso de “mecanismo de defensa para olvidar lo negativo”. Yo lo olvido todo, sin discriminar. El monstruo comerrecuerdos que vive en mi cerebro es completamente ecuánime.
Ya sé que todos olvidamos, que el olvido es algo normal, que nuestra memoria tiene capas y se dedica a borrar los datos superfluos mientras dormimos… pero tengo que admitir que llevo un tiempo en el que mis lagunas mentales han pasado de ser una especie de cháchara eterna —releo felizmente, no guardo rencor a nadie, el sufrimiento no se eterniza— a alcanzar extremos verdaderamente preocupantes.
Ahora, en ocasiones ofendo a la gente quedándome completamente en blanco en mitad de una conversación y preguntando a mi interlocutor con cara de susto: “Perdona… ¿de qué estábamos hablando?”. Y cuando digo “en mitad de la conversación” es algo literal, ¡ocurre en una fracción de segundo! Naturalmente, todos lo achacan a mi falta de atención o a mi considerable capacidad de enmimismamiento, pero prometo que no es así. Yo estoy poniendo los seis sentidos en mantener esa conversación y, de pronto, la tierra bajo mis pies se convierte en un precipicio. Y me caigo. Por más que intento recuperar el control, recordar de qué hablábamos… ¡Qué angustia, por favor! Es como cuando te aprendes la lista de la compra de memoria pensando que no te faltará nada y al final sabes que te dejas algo pero no logras recordar el qué hasta que llegas a casa.
Desde aquí mis disculpas a todos esos interlocutores ofendidos o simplemente sorprendidos, que no pueden creerse que una persona de mi edad y que se pasa la vida estudiando esté perdiendo sus conexiones neuronales por quién sabe qué misteriosos entresijos de la mente humana.
En realidad tener mala memoria (situación estática), o lo que es verdaderamente alarmante, ver que no para de empeorar (situación dinámica y cuesta abajo), es una muy mala noticia para mis tímidas aspiraciones literarias. Pero bueno… no es, desde luego, el único obstáculo que hay que saltar en estas lides. Y los saltaré. Vaya si los saltaré. Siempre y cuando, claro, que no se me olvide.