Un día pulsaré un botón (o daré una orden de voz) y un artilugio de nombre impronunciable (siglas y muchos números, pongamos por caso TSW-8100) me pondrá el pijama, me traerá una comida recién hecha a mi elección y después me lavará los dientes; elegiré un libro en la pantalla táctil de su barriga y él me lo leerá con voz robótica: “En/un/lu-gar/de/la/Man-cha/de/cu-yo…”. Quién sabe, quizá el fantástico e inigualable TSW-8100 hasta me arrope con mimo y me dé un beso de buenas noches.
Todo esto sucederá mientras, dos calles más allá, hay un hombre entre cartones muriendo de hambre, o de frío, que es más devastador. No me cabe la menor duda de que dentro de dos o tres siglos seguirá habiendo cartones y portales (o en su defecto bancos de parque o cajeros automáticos) en los que pueda dormir un paria en las noches de invierno. Y cada vez más.
Yo no duermo en ningún banco, y por ello parece que tengo que levantarme cada mañana dando las gracias a un ente imaginario: por tener trabajo, por tener ropa, por dormir bajo techo, por comer comida caliente. Y seguramente sea así, pero hasta cierto punto. Será así si establecemos la vida como algo comparativo, algo relativo a la existencia de otros y, por supuesto, mirando en todo momento hacia abajo. ¿Cómo tengo la desfachatez de quejarme cuando hay otros que están tanto peor que yo?
Pues me quejo porque aplico una visión global, es decir, por lo siguiente: ya es bastante con ver gente que lo pasa mal como para tener que vivir con la certeza de que en los años venideros habrá aún más gente que lo pasará mal; y que la que hoy lo pasa mal, mañana lo pasará peor.
Hoy tengo techo, hoy como, pero… ¿quién me garantiza que, tal y como están las cosas, no sea mañana una de esas personas que mueren entre cartones mientras, dos calles más allá, el TSW-8100 le lee El Quijote a mi “vecino”?
El sistema nos está empobreciendo para enriquecerse, y nuestro empobrecimiento nos hace esclavos. No sólo está mermando nuestros bolsillos: también nuestra cultura, nuestra educación, nuestros cuestionamientos. Nos está esclavizando de la peor manera posible: la psicológica, convirtiéndonos en rostros de boca abierta y baba colgando que miran sin saber qué.
¡Bienvenidos a la nueva esclavitud! Trabajad más horas, consumid, producid, consumid, producid, sacad el ocio del tiempo de sueño… Y seguid impasibles, no sea cosa que mañana no haya con qué comprarse el TSW-8100, que me han dicho que está a punto de salir al mercado.
Decía Einstein que el mundo es muy peligroso, no por las personas malvadas, sino por las que se quedan sentadas sin hacer nada.
Yo os insto a hacer algo: escribir. Tal vez toda esta reflexión no sea muy literaria; pero no hay nada que deje más huella en la literatura que el desencanto. Yo, que no sé de economía, ni de leyes, ni tampoco de armas, no conozco ninguna otra forma de rebeldía.