Hace ya unos meses que desterré de mi vida las pretensiones literarias de una forma consciente y sosegada. Por supuesto no es un adiós -eso es imposible-, pero es un hasta luego que no me produce dolor. Al menos, no que yo sepa. Debo centrarme en otras cosas que son importantes, y no quiero mezclarlo todo, dado que soy una persona difusa y prefiero que, en lugar de salir muchas cosas a medias, salgan un par completas. Hasta aquí todo bien: es lo que he decidido meditadamente, y así llevo, como digo, algunos meses. Seguramente es por esta decisión por la que he escrito poco en la parrilla últimamente (de antemano me disculpo).
Sin embargo, a pesar de mi decisión consciente, parece que hay un yo paralelo e inconsciente que se revela. El caso es que ese yo alternativo oye una voz. No voces, en plural (por suerte), sino así, en singular. Es la voz de un personaje. Se ha creado solo, aún no entiendo cómo ni en virtud de qué demoníaca posesión de mi subconsciente, pero de vez en cuando dice frases sueltas y sé que serán, tarde o temprano, las frases de una novela. Frases o párrafos enteros, extraños, inconexos, que después se van ordenando casi solos. Siento la voz como una serpiente sinuosa que se mueve bajo la piel sin hacer daño, hasta que decide inocular su veneno muy suavemente, con leves bocaditos, nunca mortales, aunque rebelándose abiertamente ante la inusual ausencia de dolor por no poder escribir cuanto quisiera. El proceso asusta un poco -abruma, al menos-, pues sé que no puedo hacerle frente, porque la voz cada vez habla más... Yo intento ignorarla, pero más temprano que tarde no podré soportarlo más y tendré que coger el boli y el papel, y mi decisión consciente de chica responsable se irá al garete. No es ningún drama, claro, porque eso es lo que suele suceder con muchas de mis decisiones.
Este post es la primera prueba patente de que la voz está empezando a ganarme la partida otra vez. Porque, por lo visto, hay una yo que dicta y una yo que apunta lo que oye. Desde hace un tiempo me he estado esforzando por que se llevasen mal, pero cuando se llevan bien, para qué vamos a engañarnos, todas estamos mucho más contentas.