miércoles, 1 de diciembre de 2010

Ventanas

La señora del vestido de flores lleva una bolsa de plástico con cuatro barras de pan. El joven de la gorra camina al ritmo de la música de un MP3. El anciano del bastón oscuro tarda el triple que el joven en recorrer la misma distancia, y el semáforo de peatones alterna el rojo y el verde dos veces antes de que le dé tiempo a llegar. Y los coches. Los coches siempre. Sus matrículas pasan y pasan; a veces suman par, otras impar, y a veces no da tiempo a sumarlas porque pasan demasiado deprisa, y el policía que está un poco más abajo los hace detener en doble fila. Veo esto y otras muchas cosas, y todas me llaman la atención como a un niño sorprendido. Estimulan las historias que duermen en mi subconsciente.

Mi sobrina de cuatro años dice que no tiene tiempo de dormir en el coche porque "tiene que mirar". Y lo dice con una contundencia que no admite réplica. ¿A quién se le ocurriría dejar pasar la oportunidad de mirar por la ventanilla? Desde luego, hay que estar loco.

Las ventanas son siempre imágenes en movimiento y los niños comprenden bien el maravilloso asombro de lo cotidiano. Nosotros no; los que crecemos, no. Tal vez ser niño sea eso (parafraseo a Jostein Gaarder en El Mundo de Sofía), no perder la capacidad de asombro, no dejar de asombrarse nunca. ¿Acaso es inocencia infantil sorprenderse hasta la exclamación por la contemplación de un caballo en mitad de un prado? No. El caballo lo es, es asombroso, todo lo que vemos a través de la ventana es algo casi mágico, pero hemos dejado de darnos cuenta.

Porque lo cotidiano es eso: una maravillosa imagen fluida que siempre es la misma y es siempre distinta. Un día, la mujer del vestido de flores llevará dos barras de pan en lugar de cuatro y yo pensaré en una ausencia, y el policía de cabello blanco se convertirá en un joven de cabello negro y todo serán dudas, interrogantes, suposiciones. Me preguntaré: "¿Quién falta y por qué?". Y ahí empezará todo. Porque la ventana es la eterna narradora de historias sin final, la que siempre siembra en mi mente el inicio de una obra nueva, y nunca le estaré lo bastante agradecida. La ventana es fascinante, y los niños lo saben.